Me preguntaste: ¿No echarás de menos el Sol? Con lo que a ti te gusta...
Presiento que no, te contesté.
Total: que nos vinimos a vivir a Vancouver, a Canadá.
Los dos buscábamos una vida mejor,
un horizonte más amplio para expandirnos,
un lugar tranquilo y civilizado donde arraigar y crecer.
Y una vez aquí, me preguntaste de nuevo:
¿De veras que no lo echas de menos?:
esa luz que inundaba las calles de Nápoles en el verano,
ese calorcillo tibio en la cara durante los días de invierno,
ese Sol que tanto te inspiraba...
Entonces, te respondí:
Hace un mes que el cielo cubre toda la Columbia Británica,
y dos semanas que no deja de llover.
En la calle hace frío; mucho frío.
Pero, ¿por qué iba a echar de menos el Sol?
A fin de cuentas, lo veo salir todos los días,
percibo su calor en todo mi cuerpo
ya de buena mañana,
incluso más allá del ocaso.
Siento continuamente
cómo sus rayos me atraviesan la piel,
cómo llegan con fuerza a mi corazón,
cómo su fuego lo hace latir...
De hecho,
en este preciso instante,
el sol está frente a mí,
resplandeciendo.
Y huele a jazmín...
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