Noche: Día, ¿estás ahí? ¿Puedes oírme?
Día: Sí, te oigo noche. Estoy aquí, al otro lado de la
Tierra, como de costumbre.
Noche: ¿Sabes?, estaba pensando en ti.
Día: Ah, ¿sí? ¿Y qué pensabas?
Noche: Pues… en que la Tierra me ha hablado muy bien de
ti. Dice que tienes un Sol que brilla en ti constantemente, que ilumina todas las cosas,
y que también da calor. Me gustaría tanto poder verlo y sentirlo…
Día: Curiosamente, yo también estaba pensando en ti, Noche.
La Tierra también me ha hablado estupendamente de ti. Dice que tienes una Luna
cuyo rostro va cambiando de forma a largo del tiempo, y también un
firmamento de color negro salpicado con miles de estrellas. Y que cuando los seres humanos
se sumergen en ti todos terminan soñando. ¿Es eso cierto?
Noche: Sí, lo es.
Día: Vaya…
Noche: Oye, Día, ¿tú crees que hay alguna posibilidad de
podamos abrazarnos? Me gustaría tanto poder sentirte, saborearte, saber cómo
hueles, cómo es tu mundo…
Día: La verdad es que a mí también me gustaría adentrarme
en ti, explorar tu penumbra, contemplar tus estrellas…
Noche: ¿Y qué podríamos hacer? ¿Dónde podríamos vernos?
Porque cuando tú reinas en el mundo, yo estoy ausente. Y cuando reino yo, eres
tú el que no está.
Día: Verás, Noche, en realidad hay dos momentos donde podemos estar juntos. Ambos son fugaces, eso sí, pero gracias a ellos podremos abrazarnos, sentirnos y disfrutarnos.
Noche: ¿Y cómo se llaman esos momentos?
Día: Alba y Crepúsculo.
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