Observo tu boca
cuando pronuncias palabras como doscientos, ceniza o cielo…
En ese trance,
mientras modulas las ces y las zetas,
tu lengua se vuelve fricativa,
tus dientes la abrazan sin apego,
tus labios detienen su aleteo,
se despegan paralelos,
ganan volumen,
y tu voz,
esa voz con la que dices verdades como puños,
reivindicas justicia para todos
o susurras en mi oído
se vuelve fresca,
clara
y fluida,
como agua de mayo.
Por cierto, me gusta cómo te sienta
el rojo intenso de tu nuevo pintalabios.
Ahora, di: Cenicienta zigzaguea zozobrando.
Pero muy despacio...
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