Un buen día te descubro en una manifestación pro derechos sociales y contra la opresión, portando una pancarta gigante que rezaba El pueblo, unido, jamás será vencido, mientras caminabas en vanguardia, con paso lento, reposado, y con esa elegancia que tanto te caracteriza. Fue la primera vez que nos vimos…
Días más tarde, justo al salir del museo paleontológico, estás ahí, en la misma puerta, hablando con unas chicas extranjeras en alemán, francés e italiano, modulando este último con un perfecto acento napolitano mientras movías los brazos exageradamente y tus manos se agitaban como palomas en desbandada. Estabas muy graciosa…
En la cena picnic de la semana pasada, la de la playa, vas y abres delante de mí un Tupperware® conteniendo algo muy apetitoso, y cuando Carmen te pregunta si es un estofado de carne le dices que no, que son albóndigas de mijo con verduras, que tú no comes animales porque piensas que tienen derecho a vivir libremente. A eso lo denomino sensibilidad…
El lunes, mientras tomábamos algo en aquella terraza con nuestros compañeros, te oigo decirle a Pilar que de todos los países que has visitado, más allá de los museos, de los monumentos y de los lugares emblemáticos, te quedas con la gente, que el compartir momentos con las personas es lo que más te llena. Pensé: Vaya, vaya…
A todo esto, anteayer, entro en una librería de reconocido prestigio y en la primera estantería, en la de los más vendidos del mes, me encuentro con un libro que llama mi atención: Pensamientos y reflexiones mirando al infinito. Y al echar un vistazo a la contraportada, ¡Voilà! ¡Lo has escrito tú! Asombroso…
Por si fuera poco, esta misma mañana, al observarte mientras tomabas el Sol, desnuda y solitaria en la playa, junto a la orilla del mar, al verte sonreír sin motivo aparente, me ha invadido un sentimiento oceánico, mezcla de alegría, vértigo e inmensidad.
Seguro que ahora comprendes por qué me he fijado en ti…
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