Ir al contenido principal

Eres rica



Un buen día te descubro en una manifestación pro derechos sociales y contra la opresión, portando una pancarta gigante que rezaba El pueblo, unido, jamás será vencido, mientras caminabas en vanguardia, con paso lento, reposado, y con esa elegancia que tanto te caracteriza. Fue la primera vez que nos vimos…

Días más tarde, justo al salir del museo paleontológico, estás ahí, en la misma puerta, hablando con unas chicas extranjeras en alemán, francés e italiano, modulando este último con un perfecto acento napolitano mientras movías los brazos exageradamente y tus manos se agitaban como palomas en desbandada. Estabas muy graciosa…

En la cena picnic de la semana pasada, la de la playa, vas y abres delante de mí un Tupperware® conteniendo algo muy apetitoso, y cuando Carmen te pregunta si es un estofado de carne le dices que no, que son albóndigas de mijo con verduras, que tú no comes animales porque piensas que tienen derecho a vivir libremente. A eso lo denomino sensibilidad…

El lunes, mientras tomábamos algo en aquella terraza con nuestros compañeros, te oigo decirle a Pilar que de todos los países que has visitado, más allá de los museos, de los monumentos y de los lugares emblemáticos, te quedas con la gente, que el compartir momentos con las personas es lo que más te llena. Pensé: Vaya, vaya…

A todo esto, anteayer, entro en una librería de reconocido prestigio y en la primera estantería, en la de los más vendidos del mes, me encuentro con un libro que llama mi atención: Pensamientos y reflexiones mirando al infinito. Y al echar un vistazo a la contraportada, ¡Voilà! ¡Lo has escrito tú! Asombroso…

Por si fuera poco, esta misma mañana, al observarte mientras tomabas el Sol, desnuda y solitaria en la playa, junto a la orilla del mar, al verte sonreír sin motivo aparente, me ha invadido un sentimiento oceánico, mezcla de alegría, vértigo e inmensidad.

Seguro que ahora comprendes por qué me he fijado en ti…

Comentarios

Entradas populares de este blog

Catalina y Miguel: una historia de amor.

Valencia, 15 marzo de 2014. Torre de Santa Catalina: Miguel, ¿cuánto tiempo hace que nos conocemos? Torre de El Miguelete: Poco más de trescientos años, Catalina. Catalina: Aún me acuerdo de cuando nací, a principios del siglo XVIII. ¿Te acuerdas tú? Miguel: Por supuesto que me acuerdo. Llevaba mucho tiempo solo, aquí, en medio de la ciudad, y entonces, poco a poco, fuiste apareciendo tú. No imaginas cuánto me alegré de tu llegada. "Por fin una torre como yo, cerca de mí", pensé. Catalina: Cuánto ha cambiado Valencia, ¿eh?, a lo largo de todos estos siglos... Se ha convertido en una metrópoli muy grande, enorme, y bulliciosa, incluso los seres humanos han construido máquinas voladoras que surcan sus cielos. Es increíble, ¿verdad?, de lo que son capaces las personas... Miguel: Yo llevo mucho más tiempo que tú en la urbe. Antes, incluso, de que los hombres de estos reinos llegaran a las Américas. Tú aún no habías nacido. Aquellos pasaban por ser tiempos

Vaalbará

Pangea fue un supercontinente que se originó hace 300 millones de años y que al fragmentarse (unos 100 millones de años más tarde) dio lugar a Gondwana y Laurasia , los dos protocontinentes precursores de los que existen hoy en día. Sin embargo, a lo largo de la historia de la Tierra han existido otros supercontinentes antes de Pangea ( Pannotia, Rodinia, Columbia, Atlántica, Nena, Kenorland, Ur ...), los cuales fueron fragmentándose y recomponiéndose en un dilatado ciclo de miles de millones de años. El primero de esos supercontinentes se denominó Vaalbará . Vaalbará es un vocablo hibridado que resulta de fusionar los nombres Kaapval y Pilbara , el de los dos únicos cratones arcaicos que subsisten en la Tierra (los cratones son porciones de masa continental que han permanecido inalteradas -ajenas a movimientos orogénicos- con el paso del tiempo). La Tierra hace 3.600 millones de años. Y el supercontinente Vaalbará conformado en medio del superocéano Panthalassa

Los indios no eran los malos de la película

Cuando yo era pequeño y veía las películas de indios y vaqueros en la tele, enseguida me identificaba con los vaqueros. No era de extrañar. A fin de cuentas, a los indios se les pintaba, a todas luces, como los malos, como los salvajes, como unos sanguinarios sin piedad. Sin embargo, los vaqueros, al contrario, eran la gente decente. Los colonos que llegaban a la tierra prometida y se sentían plenamente legitimados para conquistarla, para apropiarse de ella, para explotarla y establecerse allí con sus familias. Ese, aparentemente, era un noble propósito: conquistar un trozo de tierra para darle a tu familia, a tus hijos, la oportunidad de tener una vida mejor y más próspera. Y es, como digo, algo humanamente lógico. Porque, ¿quién no desea tener una vida mejor para sí mismo y para los suyos? Claro que, cuando dejé de ser un niño y me hice mayor, y me informé adecuadamente acerca de aquellos acontecimientos históricos, no tardé en comprender que los indios no eran los malos