Cafarnaúm, Galilea, año 32 de nuestra era.
Zaida: …todavía me siento impactada. Nunca había conocido a un hombre así. ¿Te has fijado en su mirada, en su luz?
Yeshua: Sí, a mí también me ha impresionado. Tenía algo muy especial. Como una aureola de bondad y magnificencia que le envolvía. Su voz redonda, y a la vez suave…
Aharon: Para mí, su discurso rebosa amor por los cuatro costados. Cuánta verdad he hallado en sus palabras. Y qué gran desafío el que nos plantea: amarnos los unos a los otros, como hermanos.
Daniel: Yo he podido acercarme a él al final.
Zaida: Ah, ¿sí? ¿Y qué has sentido?
Daniel: No sabría explicarlo con palabras. Algo... extraordinario. Nunca alguien había despertado en mí algo así.
Jerusalén, Judea, año 33.
Wafiq: ¿Os habéis enterado de lo que ha ocurrido esta mañana en el templo?
Sara: Sí, yo estaba justo al lado. Un hombre joven ha irrumpido gritando, y luego se ha dirigido en dirección a los cambistas y vendedores de palomas, tirando a tierra sus enseres y destrozando algunas de las jaulas. Ha perdido por completo los papeles.
Wafiq: Al parecer, la guardia del prefecto romano lo ha arrestado y se lo ha llevado preso.
Hipatia: ¿No sería un judío de unos treinta años, con barba y cabello largo que vestía una humilde túnica?
Sara: Sí, así es.
Hipatia: Yo tuve la ocasión de conocerlo y de escucharlo hace cosa de un año, en un monte al norte del Mar de Galilea, cerca de Cafarnaúm. Se llama Jesús, Jesús de Nazaret.
Sara: ¡No puede ser el mismo! ¡Dicen que ese tal Jesús es El Enviado, un hombre hecho de amor y de bondad, el hijo de Dios!
Hipatia: Pues doy fe de que es el mismo, porque yo estaba dentro del templo, y lo he visto con mis propios ojos.
Wafiq: ¿Y cómo es posible que haya actuado así? ¿Acaso está loco?
Hipatia: No lo creo. Es un ser muy especial, y desacostumbradamente bondadoso; pero también es humano...
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