En la Facultad de Biología, a primera hora de la mañana, en el aula E, toca clase de Botánica. El catedrático está haciendo algunas preguntas a los alumnos presentes...
Catedrático: Señor Miraños, ¿puede decirnos usted en qué consiste el fototropismo positivo en una planta, si es tan amable?
J. Miraños: Consiste en una respuesta del vegetal ante un estímulo luminoso. En el caso del positivo, éste se da cuando la planta crece en dirección a la fuente de luz.
Catedrático: Muy bien; muchas gracias. [...] ¿Y puede decirnos, señora Olmos, cuál es el fototropismo positivo más extendido en la Naturaleza?
M. Olmos: Sí, el crecimiento de las plantas y el movimiento de sus hojas en dirección al Sol.
Catedrático: Correcto. Así es. [...] ¿Y puede decirnos, señora Yuste, qué obtiene la planta en ese movimiento fototrópico hacia la luz del Sol?
I. Yuste: El máximo aprovechamiento de la energía solar.
Catedrático: Óptima respuesta. [...] Y díganos usted, señora Costa, ¿qué tipo de relación se establece entonces entre la planta y el Sol?
E. Costa: Tal como yo lo veo, una relación de amor incondicional por parte del Sol hacia la planta.
Catedrático: ¿Cómo dice?
E. Costa: Sí, una relación de amor incondicional, porque el Sol es el que da sin esperar nada a cambio. El Sol ofrece su energía porque es su naturaleza. La planta, sin embargo, tiene un interés. Interés en recibir esa luz y esa energía, para seguir viva, crecer y proliferar. [...] Sin embargo... pensándolo mejor, tal vez el Sol sí que obtenga algo a cambio. Quizá el placer de ver cómo las plantas le admiran embelesadas, y el placer añadido de poder contemplar la variada hermosura de éstas. Una hermosura en la que él tiene mucho que ver. Aunque bueno, eso que obtiene el Sol de las plantas, en realidad, no es algo buscado. Es, simplemente, algo que le viene dado. Sin más.
Catedrático: Le agradecería que se quedara unos minutos al finalizar la clase, señora Costa. Quisiera hablar con usted.
E. Costa: Con mucho gusto, señor Laronda.
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