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Lija y pegamento



Hace algunos meses, el tope antideslizante de una de las patas de un taburete que tengo en casa se rompió. Y como a partir de ese momento cojeaba, decidí acercarme a la ferretería para buscar otro nuevo con que reemplazarlo, tomando como referencia uno de los que quedaban en buen estado. 

Ya en la ferretería, el empleado que me atendía rebuscó hasta encontrar un tope muy parecido al original… pero no exactamente igual (el nuevo tenía un calibre ligeramente más pequeño). Sin embargo, el citado empleado me dijo que tal vez podría encajar forzándolo un poco.

De vuelta a casa, procedí a acoplar el nuevo tope en la pata del taburete. En efecto, tuve que forzarlo bastante, por lo que comenzó a resquebrajarse. Y, al final, se rompió... pero no se hizo añicos.

Yo sabía de antemano que forzar la referida pieza podía ser una acción exitosa si terminaba ajustando. Pero también, que podía romperse. Esa era la otra posibilidad. Aunque si eso sucedía, yo perdía muy poco: apenas unos céntimos y algo de tiempo. Nada más. Por consiguiente, decidí arriesgarme.

Me doy cuenta de que los seres humanos, a veces inconscientemente, y a menudo movidos por el tándem ego-miedo, podemos forzar demasiado ciertas situaciones con otros seres humanos. Una maniobra que puede ser efectiva y dar “buen resultado” (siempre entre comillas), pero igualmente arriesgada, porque si te pasas de la raya, la relación con el otro puede resquebrajarse, y, al final, romperse.

No os he contado que al día siguiente de que se rompiera el tope de la pata, regresé a la ferretería para comprar un pegamento extrafuerte y un papel de lija. Sabía que el taburete podía arreglarse. Estaba seguro. Así que, al volver nuevamente a mi casa, hice dos cosas: pegar el tope roto para recomponerlo y lijar pacientemente el extremo de la pata para que aquél pudiera volver a encajar… pero sin forzarlo. ¡Y funcionó! De hecho, el taburete sigue, a fecha de hoy, perfectamente: con su integridad restablecida e intacta.

Me pregunto si existirá una combinación de lija (para limar asperezas) y de pegamento extrafuerte para recomponer relaciones humanas que se han roto. Y la verdad es que... me inclino a pensar que sí.

Creo que podríamos denominarlo amor.

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