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Ciudadanos del Universo




De: Pablo
Para: Lucía
Asunto: Mi casa


Hola Lucía:

Ya que me lo preguntaste en tu último correo, y teniendo en cuenta que en menos de una semana te alojarás en ella, paso a describirte mi casa. Sin entrar en detalles, sólo para que te hagas una idea.

Verás, la planta del edificio se divide en dos niveles: al superior se llega mediante una escalera helicoide de madera y metal cromado, distribuyéndose en él tres habitaciones, cada una con su propio cuarto de baño y dos de ellas con terraza. En el inferior, hay una zona amplia que abarca el salón, la cocina, el comedor y mi despacho. Todos ellos rodean a un terrario central que también hace de tragaluz. 

Los ventanales llaman la atención por su diseño atípicamente ovalado, por su gran formato y porque prestan un aspecto muy singular a la vivienda. Como si poseyera unos grandes ojos capaces de verlo todo.

Si decides salir al exterior por su puerta trasera, accedes a un jardín estilo japonés con una piscina natural en medio. También hay variedad de árboles frondosos, arbustos de savias medicinales y un estanque a modo de fuente con surtidores y percas. Ah, y no hay vallados, muros o setos que delimiten el perímetro de la parcela. Las transiciones son las que marca de forma espontánea la Naturaleza.

Al norte queda un denso bosque que corona el área doméstica, y muy cerca de la casa fluye, ladera abajo, un río caudaloso y de aguas cristalinas, del que nace una vereda sinuosa que se orienta luego hacia poniente. Una vereda jalonada de vegetación que te conduce hasta una pradera en la que flores multicolores alfombran el suelo y perfuman el aire cuando llega la primavera.

A continuación, si caminas unos pocos quilómetros, descubres una aldea de unos cincuenta habitantes donde se subsiste a expensas del cultivo de una variedad muy poco conocida pero sabrosa de patata. Muy apreciada en algunos restaurantes de la región, por cierto; y con la que se elaboran suculentos guisos. Y cinco quilómetros más allá, si te adentras en el interior de la península, se cose al horizonte la silueta tupida de un paisaje de coníferas en medio de un gran valle de origen glaciar. Un lugar asombroso, ya verás... 

Con algo más de tiempo, llegas a unos extensos campos de cebada, murmurantes cuando sopla el cierzo en la llanura. Están en la vanguardia de una ciudad repleta de edificios altísimos: Canopia, la capital del departamento, en cuyo aeropuerto podrías tomar un avión que te transportara hasta los territorios de ultramar.

Planeando desde las alturas divisarías islas a decenas al mirar por la ventanilla, archipiélagos con nombres de mujer esparcidos por las aguas azulencas. Claro que, si volaras en un vehículo mucho más potente que un avión, podrías distanciarte aún más de la superficie. Supongamos que hasta la estratosfera. Allí apreciarías la curvatura de la Tierra, gozando de una perspectiva emocionante y de una visión de conjunto del globo planetario.

Con todo, si esa nave pudiera viajar muchísimo más rápido, es decir, lo bastante como para desafiar, incluso, barreras físicas impuestas por la velocidad de la luz, rebasarías en un instante a nuestra solitaria Luna; a Marte, a Júpiter… a Neptuno, e, incluso, a la Nube de Oort. Después, dejarías atrás la Vía Láctea, la galaxia de Andrómeda y la Gran Nebulosa de Orión, visitando en tu periplo conglomerados y racimos salpicados con millones de estrellas, agujeros negros engullendo materia y energía, púlsares con sus corazones radiantes palpitando, y puede que alguna que otra supernova.

Y si fueras lo suficientemente longeva, mi querida amiga, tanto como para sobrepasar las fronteras temporales que impone tu condición humana, atestiguarías extasiada a lo largo de sucesivos eones la inconmensurable belleza del vasto Universo: mi casa, la tuya y la de todos los seres que lo habitamos.

Besos, Lucía, y hasta muy pronto.

Pablo

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