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Máximo



Año 180 d. C.
Cerca de Vindobona, Germania.

El general hispanorromano Máximo Décimo Meridio, comandante de los Ejércitos del Norte, general de las Legiones Felix y leal servidor del emperador Marco Aurelio, lidera al ejército romano hacia una importante victoria sobre las tribus germánicas…

Quinto Cornelio: ¡Mañana es el gran día, mi general! ¡Una nueva victoria nos aguarda! ¡Brindemos por la gloria de Roma!
General Máximo: Mañana, al salir el Sol, desertaré. No entraré en combate.
Quinto: No has bebido aún, mi general, y ya pareces ebrio. ¡Jajaja!
Máximo: Estoy sobrio, mi buen amigo centurión. Y no bromeo.
Quinto: Entonces... ¿te apetece explicarme tu decisión, mi general?
Máximo: Con gusto te la explico. Verás, Quinto, llevo viviendo una guerra interna desde hace días. Una guerra que ha sacudido mi alma hasta sus cimientos. Y al final, en esa lid, ha vencido el amor. El amor hacia mí mismo y hacia los germanos.
Quinto: No te comprendo. ¿Pero qué problema ves en invadirlos? ¡Es un pueblo bárbaro! ¡Son unos salvajes! No tienen cultura, ni arte, ni dioses. Nosotros somos soldados y nuestro deber es luchar. Lo mejor que podemos hacer por ellos es llevar la civilización y el progreso hasta su territorio. ¡Así engrandeceremos a Roma!
Máximo: Ya no quiero formar parte de esta campaña. Ya no me identifico con los ideales que la mueven. Y ya no creo en la gloria de Roma.
Quinto: Pero…
Máximo: Los germanos viven en paz en su territorio, a su manera, y son tan humanos como tú y como yo. No necesitan ser acaudillados. No necesitan ser civilizados. Porque, a su manera, ya lo son. Son seres dignos, capaces de amar y de luchar a muerte por defender a sus familias y aquello en lo que creen: su modo de vida. ¿Quiénes somos nosotros para invadirlos? ¿No crees que merecen ser respetados?
Quinto: Germania es rica en minerales preciosos, y en hierro, con el que poder forjar nuestras espadas. Si no les invadimos y conquistamos estamos renunciando a un gran tesoro. ¡Sufriremos una gran pérdida!
Máximo: No podemos perder lo que no nos pertenece. Lo único que podemos perder en esta contienda, si ha lugar, es nuestra dignidad humana, y la vida de muchos hombres, unos y otros, que son nuestros hermanos.
Quinto: ¿Y qué será de nosotros sin ti, Máximo, sin tu liderazgo y sin tu carisma? Los soldados te aman y te siguen adondequiera que vas. Tú le das sentido a sus vidas…
Máximo: Mi buen amigo, los soldados son libres. Todos nacemos libres y nunca perdemos la libertad para elegir de entre las distintas posibilidades que nos va ofreciendo la vida a cada instante. Podemos elegir, equivocarnos y rectificar. Una y mil veces si es necesario. La vida no tiene prisa, y nos brinda tantas oportunidades…
Quinto: Entonces... ¿qué haremos? Dime, mi general.
Máximo: Mañana, a la salida del Sol, me presentaré ante vosotros sin mi uniforme y sin mi espada, como un hombre común. A mis legionarios les contaré lo que a ti te he contado. Las mismas palabras pronunciaré. Entonces, montaré a lomos de mi caballo y cabalgaré en dirección a Sarmatia. Vosotros seréis libres de darme muerte o de dejarme marchar. Y también seréis libres de hacer lo que sintáis con vuestras vidas: si librar batalla contra los germanos o renunciar a ella.
Quinto: Y… ¿qué me dices de nuestro gran emperador Marco Aurelio? Él te ama como si fueras su hijo. Incluso más aún que al suyo propio.
Máximo: Precisamente porque me ama, sabrá perdonarme.

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