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Malas hierbas

Ciria: Qué placer vivir en el campo, cariño. Por fin nuestro sueño se ha hecho realidad.
Leucos: Sí, a mí también me encanta. Aunque lo que no me gusta tanto son estas malas hierbas que están saliendo alrededor de la casa. No hago más que quitarlas y vuelven a salir. A ver si un día de estos cuando me cruce con Vena, el pastor, le pregunto cómo podemos deshacernos de ellas. Ese hombre sabe de todo. 

Tres meses más tarde...

Ciria: ¿Cómo te encuentras, mi amor?
Leucos: (Lánguidamente y con la respiración entrecortada) Muy debilitado... Creo que... no me queda mucho tiempo de vida, preciosa. Esto se acaba... Tienes que ir preparándote...
C: (Sollozando) Por favor, Leucos, no digas eso, te lo ruego. Estás en manos de los mejores médicos, y están haciendo todo lo posible para que te cures.
L: Lo único que hacen es... meterme venenos en la sangre... y cada día que pasa es peor. No hacen efecto, y... a mí se me acaban las fuerzas...
C: ¿Sabes quién está ahí fuera, esperando?
L: No, dime...
C: Vena, el pastor. Ha venido desde el pueblo para verte. ¿Le digo que pase?
L: Pero... mira el aspecto que tengo. Se va a asustar...
C: No seas tonto. (Se acerca a la puerta para reclamar al pastor) Vena, entre usted, por favor, mi marido le espera. Pase y les dejo solos. Yo voy a la cafetería entretanto.
Vena: ¡Hombre, mi querido Leucos! Deja que te dé un abrazo, muchacho.
L: (Un poco más animado) Me alegra que haya venido, Vena. Le estoy muy agradecido. La verdad es que no tengo ganas de ver a nadie, pero usted me da muy buenas vibraciones.
V: A mí también me caes muy bien Leucos. Es un placer estar aquí, contigo.
L: Quería decirle que, si le viene bien, un día de estos, pase por casa, cuando esté Ciria. Me gustaría que le echara un vistazo al jardín. Hay unas malas hierbas que lo han invadido y lo están afeando todo. Incluso algunos matorrales están trepando y colándose por las ventanas.
V: ¿Cómo son esas hierbas?
L: Son arbustos que alcanzan más de metro y medio. Tienen unas hojas muy alargadas y finas, como cabellos, y huelen fatal, como a huevos podridos.
V: (Excitado) ¡Vaya! ¡No puede ser! ¿Y dices que han invadido el jardín? ¿Desde cuándo?
L: Hace cosa de tres meses, justo al poco de mudarnos a la casa. Antes no había ninguna de esas hierbas. Y fue trasladarnos y empezaron a salir inmediatamente, y por doquier.
V: Eso que tú llamas malas hierbas son "cabellos de la diablesa". Una de las plantas medicinales más poderosas que existe en el país. Es tremendamente depurativa, regeneradora y alcalinizante de la sangre.
L: ¿Ah, sí? Vaya... ¿Y para que sirve?
V: Pues, entre otras muchas aplicaciones que posee, puede curar el cáncer... tú cáncer.
L: (Asombrado) Pero... si es una hierba fea y maloliente, ¿cómo es posible?
V: Lo he visto muchas veces en mi vida. Hay plantas que buscan a las personas, que llaman su atención para que se les acerquen, pero la mayoría de la gente las ignora, las desprecia o las pisotea. No se toman la molestia de conocerlas un poco más allá para descubrir sus cualidades, su potencial y su magia. Sólo se quedan con el aspecto superficial, con lo estético, o con la aparente incomodidad que supone tenerlas cerca.
L: Nunca hubiera imaginado que...
V: Esas plantas te estaban buscando desde que llegaste a la casa porque, de algún modo, percibían que la enfermedad se estaba gestando en ti. Ellas sólo querían acercarse a ti para ayudarte. Y lo que tú percibías como una incomodidad o una molestia no fue sino un gesto de amor.
L: ¿Y de veras cree usted, Vena, que yo podría curarme tomándolas?
V: Seguro que sí, Leucos; seguro que sí.

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