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La frontera



PRIMERA PARTE

Tierra, año 2478.

El TECAP (Telescopio Extrasolar de Campo Profundo), situado en los confines del Sistema Solar, envió hace una semana las primeras imágenes de resolución absoluta del planeta Kaier, distante 7 años luz de la Tierra. Los científicos a cargo del proyecto Ícaro, de la COMEI (Consorcio Mundial para la Exploración Interestelar) han desvelado a la opinión pública que se trata de un planeta geoide de color verdoso, recubierto casi por completo de una densa masa arbórea y de musgo, con una composición gaseosa atmosférica muy similar a la de la Tierra y en cuya región meridional se ubica un entramado de ciudades interconectadas mediante un complejo patrón fractal. Dichos expertos han calculado que la civilización regente del referido planeta podría estar entre veinticinco y cincuenta mil años más avanzada que la Humanidad. Se trata, por tanto, del primer mundo en el que se encuentra vida inteligente y desarrollada.

Albos: ¿Qué necesidad tienes de ir allí, de dejarlo todo atrás, Solrak? Has llegado a lo más alto de tu carrera. Eres el mejor ingeniero aeroespacial del planeta. Disfrutas de fama, de gran reputación y merecido reconocimiento. Eres un hombre rico e influyente. Y ahora quieres dejar todo eso atrás... Sabes que lo único que tenemos en la Tierra para poder llegar a Kaier son las naves de impulso fotónico, y éstas sólo son capaces de alcanzar una vigésima parte de la velocidad de la luz. Lo cual implica una frontera prácticamente infranqueable con la tecnología de la que disponemos actualmente, pues se necesitarían varias generaciones para llegar hasta ese remoto destino. Además, si, de alguna manera, consiguieras optimizar el rendimiento de los motores fotónicos, aproximarte a un noventa por ciento de la velocidad de la luz, llegar allí y luego volver aquí, para ti habrían pasado apenas veinte años. Pero ten presente la Relatividad Especial de Einstein: a tu regreso habrían transcurrido decenas de miles de años en la Tierra, o puede que millones, y ya no existiría nada ni nadie que hubieras conocido anteriormente. Incluso podrías encontrarte con un mundo hostil donde te acecharan peligros insospechados, o que hubiera sido devastado por algún cataclismo a escala planetaria, o que hubiera mudado a una atmósfera irrespirable... Incluso podría suceder que la Humanidad entera se hubiera extinguido.
Solrak: Verás, Albos, desde pequeño he deseado con toda mi alma viajar a otros mundos, conocerlos, explorarlos, poder tocarlos con mis propias manos... en vez de conformarme con verlos en las imágenes de resolución absoluta que nos ha mandado el TECAP durante todos estos años. ¿Sabes cuántas veces he soñado con Isis, ese mundo violáceo en Orión donde centelleaban rutilantes playas de arena de amatista? ¿Sabes cuántas con Neane, ese otro del sistema de Alfa Centauri en el que amanecen escalonadamente tres soles en el horizonte? O ese mundo volcánico de Proción con nubes sulfurosas de color amarillo y naranja y sus ríos de lava ardiente. Otros, mundos gélidos con océanos silenciosos de nitrógeno líquido. Inconmensurables mundos gaseosos con tormentas eléctricas más grandes que la propia Tierra. Mundos donde soplan vientos huracanados a tres veces la velocidad del sonido. Mundos de roca carbónica y montañas cristalinas, montañas enteras hechas de diamante donde se reflejan multiplicadamente varias lunas por la noche. Tantos mundos maravillosos he soñado... Y ahora, por fin, hemos descubierto uno nuevo con vida inteligente y desarrollada. ¿Comprendes que quiera viajar hasta allí? Quiero conocer esos mundos, vivirlos, respirarlos, caminarlos... 
Albos: ¿Y cómo piensas llegar hasta allí?
Solrak: Llevo un mes trabajando en un nuevo prototipo de motor de antimateria para mi nave, la Artemisa. Lo tendré listo en una semana. Así que voy a empezar los experimentos por mi cuenta. Esta misma noche parto hacia mi base en la Luna. Y, llegado el momento, de aquí a unos pocos meses, emprenderé el viaje en solitario a Kaier.
Albos: Siempre he dicho que eras más terco que una mula. Eres un loco sin remedio. Pero lo peor de todo es que cuando te marches, te echaré de menos. Nunca he conocido a nadie como tú, ¿sabes? Eres muy especial, Solrak.
Solrak: Vive tranquilo, amigo mío, y disfruta de la vida cuanto puedas: de tu mujer, de tu arte... y de este Sol cálido que nos alumbra. Yo siempre te llevaré en mi corazón.


SEGUNDA PARTE

Base lunar Atenea.

Diario de Solrak Molcaba. 

23 de septiembre de 2478

Es como una maldición que me persigue. Una historia que se me repite una y otra vez, incesantemente. Una frontera infranqueable que no logro traspasar. Lo he probado todo en el simulador holotrónico: una versión optimizada del motor de impulso fotónico, el motor de antimateria... Incluso he llevado a cabo experimentos con el haz de taquiones... pero nada. Con el proyector de taquiones acoplado a la Artemisa podría alcanzar, en el mejor de los casos, un noventa y nueve por ciento de la velocidad de la luz. Pero por de pronto necesitaría generar un descomunal campo de fuerza artificial que fuera proporcional a la velocidad de cada momento, para evitar que a velocidad subluz la nave se desintegrara. Y no conozco fuente capaz de generar tal energía, aparte de una estrella. Además, si superase ese obstáculo necesitaría varios años para acelerar y otros tantos para desacelerarla. Eso sin contar la propia singladura de quince años. Y sin contar, tampoco, con imprevistos que me obligaran a frenadas de emergencia o a microvariaciones en el rumbo que podrían suponer, fácilmente, colisionar con determinados objetos estelares. 

Así que, aunque me parta el corazón, he de admitirlo: después de nueve meses de experimentos, Albos tenía razón. La velocidad de la luz impone una frontera aparentemente insuperable... Y digo aparentemente porque aún me queda una esperanza: las partículas lambda, que al ser bombardeadas con haces de triones supermasivos generan subpartículas kappa, altamente energéticas, y capaces de describir trayectorias rectilíneas superando de largo la velocidad de la luz. Por lo que el reto consiste ahora en construir, no ya una nave con un motor particular kappa, sino un tubo de flujo particular kappa entre la Tierra y Kaier. Una especie de túnel acelerador por cuyo interior pueda circular un vehículo espacial.


TERCERA PARTE

Fundación Molcaba para la Investigación Cuántica y Psicotrónica.
Departamento de Altas Energías Aplicadas.
Base Cydonia, Marte.

5 de julio de 2492

He necesitado catorce años para darme cuenta. Para reparar en el que ha sido un gran desatino. Catorce años para comprender cuán desacertado era el camino que había tomado para llegar a Kaier. Aunque, a decir verdad, si no hubiera sido por esos consecutivos fracasos no habría llegado al punto en el que me encuentro ahora: en los albores de un salto cuántico.

Es curioso: durante años he creído que la mejor forma, y la más lógica, para llegar a Kaier era sobrepasar, romper, la barrera que imponía la velocidad de la luz. Sin embargo, ahora lo comprendo todo. Qué manera tan tosca de abordar el desafío: viajando a velocidad superluminal. Cuando la solución al reto consistía en todo lo contrario: no moverse del sitio.

Esta última fase que hoy mismo concluye, empezó hace ahora casi un año. Yo me encontraba aquí, en la base Cydonia, de Marte. Llevaba dieciséis horas trabajando en una simulación computerizada. Estaba muy cansado, así que me eché en el diván de mi laboratorio para descansar un rato. Sin embargo, cuando alcancé el punto de duermevela, de repente, ocurrió algo extraordinario: me vi a mí mismo saliendo de mi cuerpo y elevándome por el aire. No sé cómo pero traspasé el techo y seguí elevándome aún más. Podía divisar la base Cydonia, enteramente, desde allá arriba. Yo seguía teniendo un cuerpo, pero estaba hecho como de materia más sutil, y no lo gobernaba a través de impulsos musculares sino con una especie de energía volitiva que yo hacía salir de mi ombligo. Es raro, pero así fue.

Entonces pensé en mi amigo Albos y en su casa de la playa, donde yo sabía que estaría. Lo visualicé. E instantáneamente me ubiqué allí. ¡Podía verlo nadando en el mar! ¡Podía escucharlo hablando con su mujer! Pero no podía tocarlo, ni él podía verme a mí. Fue asombroso. Increíble.

Este viaje duró como quince minutos, y cuando volví en mí, decidí llamarlo por taquio (aparato  de comunicación instantánea para largas distancias), para comprobar si aquella experiencia había sido real o sólo un sueño. Le di detalles de cómo era su bañador, le hablé de la conversación que había mantenido con su mujer al regresar a casa, y de otros pormenores de cuya veracidad, con gran estupor, me dio fe. Luego no había sido un sueño. Había sido un viaje en toda regla. Un viaje astral. El primero de una serie de varios. Y así comenzó mi nuevo proyecto.

Partiendo de esta singular experiencia, y de las posteriores investigaciones y experimentos que realicé, conseguí crear un Dispositivo Vehicular Cuántico-Astral (DVCA). Algo parecido a una puerta que se abre a un agujero de gusano. 

Por explicarlo de una forma simple y sencilla: el ingenio, partiendo de una proyección mental-astral, es capaz de puentear cuánticamente dos coordenadas espaciotemporales. Sin importar lo alejadas que estén ambas entre sí. Y permitiendo al viajero llegar de la una a la otra de forma completamente instantánea.


CUARTA PARTE

Villa Kaier.
Isla de Formentera.
Iberia, Tierra.

11 de octubre de 2492

Querido Albos:

Hace mil años que un grupo se seres humanos, no muy diferentes a mí, decidieron emprender un largo viaje que les llevaría a tierras de ultramar hasta arribar, al final de su periplo, a las costas de un nuevo mundo. Un mundo absolutamente novedoso, sorprendente, extraordinario y lleno de tesoros.

Quienes comandaban esos primitivos navíos, aquellas carabelas, eran gentes de renombre y alta alcurnia. Acaudalados hombres, terratenientes aristocráticos, aguerridos soldados de alto rango, que gozaban de la simpatía y el favor de su reyes. Mujer, hijos, hermosas haciendas, abundosa riqueza, fama, posición, prestigio... Bien es cierto que muchos de ellos fueron movidos por un espíritu devastador y sanguinario, mientras que a otros les impulsaba un afán estrictamente exploratorio: el de descubrir nuevos horizontes, nuevas y mejores realidades.

¿Qué puede llevarle a un hombre que lo tiene todo a querer arriesgar su vida en pos de un viaje de exploración con incierto destino? ¿Qué necesidad tan grande puede albergar que le impela a cruzar durante semanas, pasando penurias y calamidades, océanos tan ignotos como peligrosos?

Es algo que algunos seres humanos llevamos grabado a fuego en el alma, amigo mío. Un impulso irrefrenable: siempre hacia delante, siempre hacia arriba. Un anhelo imperecedero, como un fuego que prende en tu corazón y que nada, ni nadie, puede aplacar, porque se alimenta de todo cuanto existe.

Decían los guerreros suajilis: El sentido de la vida estriba en la lucha. La victoria o la derrota están en manos de los dioses.

Mañana por la mañana, si todo discurre conforme a lo previsto, experimentaré un salto cuántico a través del agujero de gusano. Si Dios quiere, traspasaré esa frontera que ha sido infranqueable durante largos años... y que tantas veces he acariciado con deleite, rozándola con la punta de mis dedos.

Como te digo, desconozco mi suerte. No sé lo va a ocurrir. No sé si tendré éxito. Pero siento que, por primera vez en mi vida, ya estoy disfrutando de lo que tengo: de esta emoción y de este entusiasmo que me colman aquí y ahora, y que me hacen sentir tremendamente vivo. Ya sólo por eso ha valido la pena todo el esfuerzo, todo mi tiempo, toda esta grande porción de mi vida que he consagrado a mi sueño. Y me siento tan pleno...

Mañana por la mañana, querido amigo, parto rumbo a Kaier. 

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