Aladiah: ¿La veis? Pample está empezando a nadar en dirección a las rocas.
Lelahel: Sí, y no parece que tenga intención de detenerse.
Lauviah: Anauel, ve con su madre. Se ha quedado sola en la orilla. Abrázala e inspírale confianza. Que esté tranquila.
Anauel: Sí, maestro. Voy enseguida.
Nemamiah: Vehuiah, ¿tú crees que lo conseguirá? ¿Logrará Pample llegar a las rocas? Hay más de doscientos metros entre la primera roca y la orilla.
Vehuiah: Ahora mismo yo soy su voluntad, y no tengo intención de despegarme de ella ni por un instante.
Seheiah: Mirad, Karl la está siguiendo. Nada detrás de ella. No quiere dejarla sola. No quiere que le pase nada desagradable.
Lauviah: Haiaiel, Sealiah, id con él y dadle fuerza y confianza. A ver si conseguimos que no desfallezca.
Haiaiel: Sí, maestro. Vamos inmediatamente. Pero como bien sabes, Karl no se va a rendir. Mira su aura: está lleno de amor. Eso le alejará de todos los peligros.
Jeliel: Maestro Lauviah, a Pample le faltan cien metros para llegar a las rocas, pero en la primera donde va a poner el pie hay unas algas muy resbaladizas. Veo muy probable que resbale y se dé un fuerte golpe en la cabeza con una roca puntiaguda. Y si eso ocurriera, Karl lo tendría muy difícil para rescatarla. Tendría que cargar con ella nadando hasta la orilla mientras la pobre se desangra. Las probabilidades de sobrevivir de Pample serían casi nulas.
Nanael: Jeliel tiene razón, maestro.
Nemamiah: Maestro Lauviah, si me das permiso yo puedo inspirarle a Pample la idea de desistir. Puedo insuflarle entendimiento y discernimiento. Puedo conseguir que abandone la idea de llegar hasta las rocas y que regrese a la orilla. Sé que puedo hacerlo.
Lauviah: Lo que vamos a hacer, hermanos, es dividirnos. La mitad de nosotros irá con Pample. Nos pegaremos a ella y vibraremos lo más alto que podamos. La otra mitad irá con Karl y hará lo propio. Pero recordad; y sobre todo, tú, Nemamiah: pase lo que pase, respetaremos la libertad de uno y otro en todo momento, y con todas sus consecuencias. Porque como bien sabéis, nosotros, los ángeles de la guarda, nunca podemos interferir en el libre albedrío de los seres humanos. Nunca, jamás.
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