Me viene a la memoria aquel día de verano, cuando quedamos en Seronia. Era la primera vez que nos veíamos cara a cara. Lo recuerdo como si fuera ayer. Al mediodía, caminábamos por los jardines del Parque de Oriente, junto al lago. Hacía un calor asfixiante, y yo con manga larga... El caso es que, en un momento dado, te dije: Lo que yo daría por poder bañarme en ese lago. Y tú, sin dudarlo, te lo tomaste al pie de la letra: me empujaste y caí al agua. ¡No me lo podía creer! Tú siempre tan formal, tan comedida, tan considerada, y, de repente, ese quiebro. Por un segundo, al ver tu expresión burlesca mirándome desde el embarcadero, pensé: Lo nuestro no puede funcionar. ¿Es que no se ha dado cuenta de que mi reloj no es sumergible? Sin embargo, acto seguido, te tiraste tú también, te abrazaste a mí y me besaste. Y a partir de aquel momento, supe que la vida contigo sería una aventura emocionante llena de inesperadas sorpresas.
- Mamá, mira, en el asiento de ahí enfrente hay un chico que se está riendo solo. ¿Por qué será?
- Será porque se ha acordado de algo divertido, cariño, y no se ha podido aguantar la risa.
Próxima parada: Colón.
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