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Los hombres tenemos algo pendiente con las mujeres



Cuando tomo conciencia de algo, más tarde o más temprano, me siento impelido a actuar en consecuencia. Y a lo largo de este verano, debido a una serie de circunstancias, he tomado conciencia de un hecho que para mí tiene una importancia capital en mi vida: que los hombres tenemos una deuda de gratitud y una gran asignatura pendiente con las mujeres.

A lo largo de miles y miles de años, el patriarcado machista que ha imperado (y que aún impera) en la Tierra, y que ha dominado nuestra sociedad, ha tratado a la mujer, no como un ser humano inteligente, consciente, sensible (capaz de sentir) y con alma, sino, más bien como un objeto para ser utilizado. Y en virtud de esta consigna, los hombres han abusado lo que no está escrito de ellas. Sí, las han esclavizado, violado, torturado, humillado, vilipendiado, maltratado, subyugado... Aunque lo peor es que en pleno siglo XXI siguen haciéndolo. 

Como os decía, este verano he tenido mucho tiempo para reflexionar sobre esto, pero en ese proceso de toma de conciencia he de decir que unas cuantas mujeres, a las que tengo en alta estima y consideración, me han ayudado sobremanera a ensanchar y profundizar en mi visión de este delicado asunto. Algo que ha provocado en mí, muy recientemente, un movimiento interno, y lo que siento que está siendo el principio de un cambio en mi vida.

Todo el poder y la gloria que hemos conquistado los hombres a lo largo de la historia de la Humanidad tiene su origen en la relación con nuestra madre. Ella decidió llevarnos largos meses en sus entrañas, traernos a este mundo, alimentarnos, cuidarnos, protegernos, y, las más de las veces, consagrar una buena parte de su vida a que nosotros estuviéramos lo mejor posible. Incluso en muchos casos, sin pedirnos nada a cambio. Por eso, yo, ahora, expreso mi gratitud a Ángela, mi madre, y a las mujeres que cuidaron de mí (mi tía Isabel, mi hermana Marisa), hasta que yo supe valerme por mí mismo.

Gracias, de corazón, por todo lo que me habéis dado, por estar ahí, por vuestro amor.

Bien es cierto, que no todos los hombres de este mundo hemos violado, torturado o subyugado a las mujeres. De hecho, somos muchos, cada vez más, los que aborrecemos esos comportamientos y nos mantenemos alejados de ellos. Pero también es cierto que ese patriarcado machista al que me refería anteriormente, por activa o por pasiva, ha tenido un gran peso específico en nuestras vidas masculinas, y que a veces se ha colado en nuestra personalidad de forma más o menos sutil. Incluso mediante actitudes que nos han pasado completamente desapercibidas.

En todo caso, el que la mujer se haya visto maltratada por el hombre durante tanto tiempo ha dejado un poso en ella. No sé si en todas (en el inconsciente colectivo de las mujeres), pero sí en una mayoría. Un sentimiento que puede variar entre una cierta prevención o actitud defensiva hasta el odio más acérrimo, pasando por una variada gama cromática. Por eso, no es de extrañar que a veces las mujeres adopten comportamientos con los hombres que los hombres no terminan de comprender y que a menudo nos llevan a preguntarnos: ¿Pero qué le he hecho yo? ¿Por qué ha reaccionado de esa forma conmigo? Tampoco era para ponerse así... Sin embargo, conviene tener en cuenta que en esa respuesta femenina que a veces se juzga como desmesurada puede subyacer una ira, una rabia o un resentimiento acumulados. Emociones o sentimientos que suelen tener su origen en el pasado: en las actitudes o comportamientos dañinos que algunos hombres pueden haberle procurado a esa mujer.

Desde luego, raro sería que las mujeres, en la mayoría de los casos, no estuvieran resentidas con los hombres. No es para menos. Con los hombres en general, me refiero, y con ésos que les puedan haber hecho un daño más o menos profundo, concretamente, antes de los siete años (las experiencias que vive un niño o una niña antes de los siete años se graban a fuego en su ser y, de no sanarse de raíz, tienden a condicionar sus actos de por vida). Pero también en su adolescencia, en la juventud, en el seno de su familia, de su trabajo o de sus relaciones de pareja.

Llegados a este punto, y tal como yo lo veo, se hace necesario rescatar una palabra que sea, cuanto menos, el primer paso para un cambio, para una transformación, para un salto cualitativo, para una conciliación: perdón.

A veces he escuchado que no hace falta pedir perdón a alguien cuando lo amas (suponiendo que de verdad lo ames), o cuando ya ha transcurrido mucho tiempo desde un acontecimiento doloroso, porque es mejor enterrar el pasado. Pero el pasado hay que enterrarlo cuando está muerto, no cuando aún da señales de vida, aunque éstas sean apenas perceptibles. Si un pasado sigue vivo y resulta perturbador será por algo. Y quizá en ese caso sea conveniente atenderlo y averiguar qué nos quiere decir.

Más allá de lo que sostengan estas teorías que prescinden del perdón, el perdón funciona. Y diré más: el perdón tiene un poder sanador como pocas cosas lo tienen en este mundo. Me remito a la experiencia. Y hablo, específicamente, de un perdón de palabra, de viva voz, que vaya acompañado de un sentimiento real de conmiseración, de empatía profunda con el otro. Si no, no funciona.

Es de ahí de donde surge, precisamente, el impulso de pedir perdón a las mujeres, de que los hombres os pidamos perdón a vosotras, incluso aunque no seamos responsables del daño que otros hombres inconscientes os han hecho en vuestras vidas. 

Perdón, de corazón, por todo el daño que os hemos hecho,
por todo el sufrimiento que os hemos causado.

Sí, quizá yo no pueda reparar el daño que otros han causado, pero me gustaría, por lo menos, tener la oportunidad de estar ahí, con vosotras, a vuestro lado, y compartir vuestro dolor, vuestra carga, para que, por lo menos, os resulte más llevadera, para que sintáis que no estáis solas en vuestro proceso, que hay hombres capaces de AMAR (con mayúsculas) a las mujeres.

Aunque nos quede mucho por aprender...

Comentarios

  1. Gaby Reyes Retana20 de mayo de 2017, 4:44

    Y tres años después te leo hombre... y tomo y agradezco tu ofrecimiento de disculpa, gracias por mirarme, gracias por tu comprensión y Amor profundos.
    Y ahora... yo te ofrezco, hablando de género a género, una disculpa por haber exigido tanto de ti hombre, por haber creido que porque naciste hombre debías mantenerme, consentirme, cuidarme, escucharme, protegerme, amarme contra viento y marea.
    Disculpa si te he exigido demasiado, disculpa si te he pedido que seas un Dios, cuando eres un hombre, maravillosamente humano, con derecho a elegir qué quiere dar y qué no quiere dar; o a quién sí y a quién no quiere darlo.
    Te ofrezco una disculpa por pedirte ser el "príncipe azul", por esperar amor eterno, por darte tanto sin esperar a que lo pidieras, llevándote así, inevitablemente, a sentirte en deuda irreparable.
    Lo siento por haber llevado desmesuradamente mi agua hasta ti, una vez más te puse en deuda, esperando implícita y secretamente que la devolvieras en la misma medida.

    Hoy te libero de mis expectativas históricas hombre, te libero de mis exigencias implícitas.

    Quiero Amarte tal cual eres, como el hombre maravillosamente imperfecto que eres, desde la mujer maravillosamente imperfecta que soy.

    Lo siento, Perdón, Gracias, Te Amo

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