Cuando te sugerí hace un par de meses que cada vez que tuvieras ganas de fumar un pitillo me fumaras a mí, no imaginé que fueras a tomártelo tan en serio, ni tan al pie de la letra. Pero me alegro. Eres decidida. Eso me gusta...
En las últimas semanas, ya te he pillado unas cuantas veces haciendo el amago: te acercas a la cajetilla, alargas los dedos para sacar uno, lo enciendes, te lo llevas a los labios, pero, en el último momento, caes en la cuenta y desistes: lo apagas; esbozando esa sonrisa picarona que tanto te caracteriza…
Entonces, justo después, vas y te lanzas sobre mí, transformando tu ansia nicotínica en una suerte de impulso corpóreo que puede adoptar las formas más variadas, ya sean prolongados besos de tornillo, tiernos abrazos de osezna, caricias sinuosas…
En otras ocasiones, tu pulsión es más ardorosa; por lo que, irremediablemente, terminamos bajo las sábanas, como felinos…
Táchame de inmodesto, pero sé que a veces tengo unas ideas brillantes...
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