como con alas nacidas de mi espalda,
desde el espacio más profundo,
hasta tomar tierra en la planicie de barlovento,
lugar donde se aquietan y reposan las aves de metal.
Un sendero abrupto y agrietado me condujo hasta la costa,
donde encontré el océano perpetuo que te abraza cosido al horizonte.
Luego, prosiguiendo con el itinerario por la vastedad de tus atlas,
dejé atrás los conos adormecidos de tus volcanes,
caminando hasta llegar a Betancuria.
Allí descubrí bajo mis pies
la yerba fresca y anómala que nunca desverdece,
miríadas de hexápodos recorriendo en procesión la tierra basáltica,
y más hacia el sur, la arena llegada del Sahara,
formando dunas infinitas con formas sinuosas.
En ellas pude leer mi destino,
que no era otro que adentrarme por tus resquicios calcinados,
penetrar en tus simas más profundas
y descifrar, si fuera posible,
los mapas de tus infiernos.
Sólo para entender
esa esencia tuya,
Fuerteventura,
que tanto me embriaga...
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