12 de agosto de 1901.
Ushuaia, Argentina.
Esta mañana me he levantado poco antes de que saliera el Sol. Venía de atravesar un sueño tan intenso que por un momento he pensado que me encontraba en París. Pero justo después de lavarme la cara, en el desagüe del lavabo, he comprobado que el remolino de agua que se había formado giraba hacia la izquierda, en vez de hacia la derecha. Entonces, he comprendido que me hallaba en el Hemisferio Sur de la Tierra, a unos trece mil quilómetros de Marie.
Anoche, entrada ya la madrugada, vi una aurora austral. Fue un espectáculo impresionante, sobrecogedor. Jamás hubiera imaginado algo así. Fulguraba en un reconocible color púrpura, y me acordé de ella. Recordé aquella noche en el laboratorio, en la que descubrió (gracias a su luminiscencia) el carácter radiactivo del radio. Porque una aurora es como un puñado de polvo de radio fosforescente pero multiplicado por un millón. Me temblaban las piernas…
El caso es que, durante estos días de descanso, he tenido algún tiempo para repasar lo que ha sido mi relación con Marie durante todos estos años...
Me acuerdo de aquel primer sentimiento al conocerla: esa familiaridad tan espontánea entre ella y yo, su cercanía, su compañía… Por fin alguien que me comprendía en este extraño mundo de seres humanos…
Luego, llegó el sexo. La parte más terrenal. A decir verdad, siempre me ha sorprendido que una mujer victoriana, como Marie, haya sido tan desinhibida y tan abierta a experimentar. Una cualidad suya que me alegra enormemente…
Más tarde, fue una muy grata sorpresa descubrir que había algo mejor que el sexo: el sexo con amor. El intercambio de emociones, la afectividad, la dulzura… Recibir todo eso de ella, y, al mismo tiempo, dárselo… Fue una gran suerte que se rompieran algunos de los esquemas de mi rancia educación machista. Porque el hombre no sólo está hecho para recibir de la mujer sino también para dar, para compartir la hermosura de la vida con ella…
Aparte del universo corpóreo y afectivo, ha sido muy estimulante la conexión mental e intelectual con ella. Marie es un ser inquieto, agudo, inteligente… Dotada de una sagacidad especial para penetrar en la materia y llegar al fondo de las cosas. Y, por si fuera poco, es creativa. Así pues, el aburrimiento nunca, jamás, ha encontrado un resquicio por el que colarse en nuestra relación. Es tan emocionante hablar con ella, escucharla… Incluso aceptar nuestras diferencias, ésas que nos hacen distintos pero que nunca consiguen separarnos…
Al sentir todo esto, este gran respeto por mí y por ella, por lo nuestro, lo que surge después son las ganas de que el otro crezca y se desarrolle a todos los niveles. Porque da mucho gusto mirar lo que ambos somos, con perspectiva, a lo largo del tiempo, y poder decir a continuación que hemos cambiado, que hemos evolucionado, y que ahora somos más felices que antes. Es tan gratificante. Llena tanto…
Y ahora, que hemos llegado a este punto de comunión ("común unión") el uno con el otro, han surgido en mí dos preguntas. Dos preguntas que quiero hacerle a Marie cuando la vea: “¿Cuál va a ser nuestra obra común? ¿Qué vamos a hacer, juntos, por este mundo?”.
Entretanto, nieva en Ushuaia.
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