Ir al contenido principal

Como un tren


El otro día me encontraba tomando fotos cerca de una vía muerta de ferrocarril. Hacía mucho calor...

Había colocado el trípode pegado a una de las paralelas, casi a ras de suelo, para sacar una macro de un tornillo oxidado y medio descolocado, que pensaba quedaría fenomenal en color sepia y con el fondo desenfocado. Total: que estaba imbuido en la faena, cuando, de repente, oí unos pasos a lo lejos…

La artífice de los mismos era una chica rubia y alegre que andaba confiadamente, descalza y con el torso desnudo, manteniendo el equilibrio sin esfuerzo, por una de las vías.

Al observarla, durante mi escrutinio, pensé:

A esta chica la veo muy equilibrada. No pierde de vista el horizonte, por eso no se cae. Llegará lejos en su camino. Tampoco su sonrisa le abandona en ningún momento. Ella sonríe a la vida y la vida le sonríe a ella. Está a gusto en su piel, en paz consigo misma y muy segura de lo que hace. Por eso, va a pecho descubierto, porque es valiente y no tiene nada que ocultar, caminando con los pies en la tierra, sin importarle lo que los demás piensen de ella. Y, por si esto fuera poco, está como un tren. Quizá de ahí le venga la afición a caminar ufanamente por las vías…

- Hola, ¿qué tal?
Pues aquí, haciendo fotos a los trenes que pasan.
- Pero si esto es una vía muerta. Por aquí no pasa ninguno. 
¿Estás completamente segura?
- Sí, claro; pero a ti se te ve muy convencido cuando dices que haces fotos a los trenes que pasan. ¿A qué trenes te refieres?
Si quieres, puedes hacer aquí una parada técnica para repostar y te lo explico…

Comentarios

Entradas populares de este blog

Catalina y Miguel: una historia de amor.

Valencia, 15 marzo de 2014. Torre de Santa Catalina: Miguel, ¿cuánto tiempo hace que nos conocemos? Torre de El Miguelete: Poco más de trescientos años, Catalina. Catalina: Aún me acuerdo de cuando nací, a principios del siglo XVIII. ¿Te acuerdas tú? Miguel: Por supuesto que me acuerdo. Llevaba mucho tiempo solo, aquí, en medio de la ciudad, y entonces, poco a poco, fuiste apareciendo tú. No imaginas cuánto me alegré de tu llegada. "Por fin una torre como yo, cerca de mí", pensé. Catalina: Cuánto ha cambiado Valencia, ¿eh?, a lo largo de todos estos siglos... Se ha convertido en una metrópoli muy grande, enorme, y bulliciosa, incluso los seres humanos han construido máquinas voladoras que surcan sus cielos. Es increíble, ¿verdad?, de lo que son capaces las personas... Miguel: Yo llevo mucho más tiempo que tú en la urbe. Antes, incluso, de que los hombres de estos reinos llegaran a las Américas. Tú aún no habías nacido. Aquellos pasaban por ser tiempos

Vaalbará

Pangea fue un supercontinente que se originó hace 300 millones de años y que al fragmentarse (unos 100 millones de años más tarde) dio lugar a Gondwana y Laurasia , los dos protocontinentes precursores de los que existen hoy en día. Sin embargo, a lo largo de la historia de la Tierra han existido otros supercontinentes antes de Pangea ( Pannotia, Rodinia, Columbia, Atlántica, Nena, Kenorland, Ur ...), los cuales fueron fragmentándose y recomponiéndose en un dilatado ciclo de miles de millones de años. El primero de esos supercontinentes se denominó Vaalbará . Vaalbará es un vocablo hibridado que resulta de fusionar los nombres Kaapval y Pilbara , el de los dos únicos cratones arcaicos que subsisten en la Tierra (los cratones son porciones de masa continental que han permanecido inalteradas -ajenas a movimientos orogénicos- con el paso del tiempo). La Tierra hace 3.600 millones de años. Y el supercontinente Vaalbará conformado en medio del superocéano Panthalassa

Los indios no eran los malos de la película

Cuando yo era pequeño y veía las películas de indios y vaqueros en la tele, enseguida me identificaba con los vaqueros. No era de extrañar. A fin de cuentas, a los indios se les pintaba, a todas luces, como los malos, como los salvajes, como unos sanguinarios sin piedad. Sin embargo, los vaqueros, al contrario, eran la gente decente. Los colonos que llegaban a la tierra prometida y se sentían plenamente legitimados para conquistarla, para apropiarse de ella, para explotarla y establecerse allí con sus familias. Ese, aparentemente, era un noble propósito: conquistar un trozo de tierra para darle a tu familia, a tus hijos, la oportunidad de tener una vida mejor y más próspera. Y es, como digo, algo humanamente lógico. Porque, ¿quién no desea tener una vida mejor para sí mismo y para los suyos? Claro que, cuando dejé de ser un niño y me hice mayor, y me informé adecuadamente acerca de aquellos acontecimientos históricos, no tardé en comprender que los indios no eran los malos