Alma: Tengo entendido que algún día podrás hacer cosas maravillosas.
Cuerpo: Sí, así es.
Alma: ¿Te apetece contarme algunas de ellas?
Cuerpo: Cuando llegue el momento, podré tomar la leche dulce y tibia del pecho de mi madre. Más tarde, podré gatear sobre la yerba húmeda del campo, y tiempo después corretear alegremente por los senderos de la vida. Iré creciendo poco a poco, con el ritmo perpetuo de las estaciones, acompasando el devenir y la mudanza de los días, de las noches... Podré también bañarme en el mar, flotar en su superficie de plata y sumergirme en su vientre lleno de vida, allá por el verano. Podré trepar a los árboles, comer los frutos, tiernos y jugosos, que me ofrezcan sus ramas, y mecerme con ellas cuando sople el viento. Podré vestirme y desnudarme, reír y llorar, inspirar y espirar, despertar y adormecerme... Y también podré acariciar, besar, abrazar y fusionarme con otros cuerpos. Mirar sus rostros con mis ojos. Embelesarme con la belleza del mundo. Podré sentir...
Alma: Me entusiasma todo lo que me dices, pero yo jamás podría experimentar ninguno de esos acontecimientos si no es contigo, si no es gracias a ti. [...] ¿Sabes?, yo podría aportarte el impulso vital, el aliento necesario para poder hacer todas esas cosas. Conmigo, tendrías una esencia, una idiosincrasia, una impronta indeleble. Y todas esas vivencias no se perderían jamás. Yo las guardaría en mí, como un eco que resuena eternamente en el Universo.
Cuerpo: A mí también me seduce todo lo que me has dicho. Y creo que podríamos conformar, entre tú y yo, un ser humano muy especial.
Alma: ¿Tienes idea de cómo serás?
Cuerpo: Sólo sé que seré una mujer.
Alma: ¿Y te falta mucho para nacer?
Cuerpo: Unos seis meses.
Alma: Entonces, ¿puedo entrar en ti y habitarte hasta que la muerte nos separe?
Cuerpo: Adelante. Eres bienvenida.
Alma: Gracias. Y, por cierto, ¿ya te han puesto nombre?
Cuerpo: Aún no, pero a mi padre le encantan los bisílabos que empiezan con "A".
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