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Adela



Cajera: Son quince euros, señora.
Adela: Uy... no me llega. Sólo tengo diez. Pero si apenas he comprado cuatro verduras...
Cajera: Lo siento, pero tendrá que dejar algo.

Dos días más tarde...

Farmacéutica: Doña Adela, ahora tiene que pagar un total de veinte euros por las medicinas.
Adela: Pero si antes no tenía que pagar nada.
Farmacéutica: Sí, pero con la nueva ley tiene que pagar una parte.
Adela: Pues... creo voy a dejar el jarabe para la tos y las pastillas para el dolor de cabeza.

Al día siguiente...

Carmen: Hola Adela, cuánto tiempo sin verte. Estás más delgada, ¿no?
Adela: Bueno... he perdido un poco de apetito, pero estoy bien.
Carmen: ¿Sabes que han inaugurado una tienda ahí, en la esquina? Han puesto una mesa con un montón de cosas para picar.
Adela: Ah, ¿sí? Vaya...

Minutos después...

Eugenia: ¿Quiere pasar, señora?
Adela: No... bueno... sólo estaba mirando.
Eugenia: Pase, mujer, puede comer lo que quiera. Hoy es la inauguración.
Adela: ¿En serio?
Eugenia: Sí, claro, de verdad. Coma lo que quiera.
Adela: [...] La tortilla está muy buena... y las empanadillas... ¿Puedo tomar un poco de vino? Es que hace mucho tiempo que...

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Valencia, 15 marzo de 2014. Torre de Santa Catalina: Miguel, ¿cuánto tiempo hace que nos conocemos? Torre de El Miguelete: Poco más de trescientos años, Catalina. Catalina: Aún me acuerdo de cuando nací, a principios del siglo XVIII. ¿Te acuerdas tú? Miguel: Por supuesto que me acuerdo. Llevaba mucho tiempo solo, aquí, en medio de la ciudad, y entonces, poco a poco, fuiste apareciendo tú. No imaginas cuánto me alegré de tu llegada. "Por fin una torre como yo, cerca de mí", pensé. Catalina: Cuánto ha cambiado Valencia, ¿eh?, a lo largo de todos estos siglos... Se ha convertido en una metrópoli muy grande, enorme, y bulliciosa, incluso los seres humanos han construido máquinas voladoras que surcan sus cielos. Es increíble, ¿verdad?, de lo que son capaces las personas... Miguel: Yo llevo mucho más tiempo que tú en la urbe. Antes, incluso, de que los hombres de estos reinos llegaran a las Américas. Tú aún no habías nacido. Aquellos pasaban por ser tiempos

Vaalbará

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Los indios no eran los malos de la película

Cuando yo era pequeño y veía las películas de indios y vaqueros en la tele, enseguida me identificaba con los vaqueros. No era de extrañar. A fin de cuentas, a los indios se les pintaba, a todas luces, como los malos, como los salvajes, como unos sanguinarios sin piedad. Sin embargo, los vaqueros, al contrario, eran la gente decente. Los colonos que llegaban a la tierra prometida y se sentían plenamente legitimados para conquistarla, para apropiarse de ella, para explotarla y establecerse allí con sus familias. Ese, aparentemente, era un noble propósito: conquistar un trozo de tierra para darle a tu familia, a tus hijos, la oportunidad de tener una vida mejor y más próspera. Y es, como digo, algo humanamente lógico. Porque, ¿quién no desea tener una vida mejor para sí mismo y para los suyos? Claro que, cuando dejé de ser un niño y me hice mayor, y me informé adecuadamente acerca de aquellos acontecimientos históricos, no tardé en comprender que los indios no eran los malos