Me llaman la atención, y me hacen gracia, ciertos comentarios en las redes sociales tachando de populistas costumbres arraigadas desde hace años en determinados cargos públicos de reciente elección, como es el caso de Joan Ribó (alcalde de Valencia), Ada Colau (alcaldesa de Barcelona) o Manuela Carmena (alcaldesa de Madrid). Y digo que me hacen gracia porque populista sería que hubieran adoptado esas mismas costumbres desde la fecha de su elección, pero no es así. Todos ellos iban al trabajo en bicicleta o en metro, y desde hacía años.
Creo que si a alguno de esos que sostienen que estos procederes son populistas se le ocurriera decir en países como Holanda, Austria, Suiza, Noruega, Dinamarca o Finlandia que sus ministros, por acudir en bici o metro al parlamento, son populistas se les reirían en la cara? Porque una vez cruzas los Pirineos, esto es algo muy normal, normalísimo. Como es normal, por esos lares, que un primer ministro viva en un piso de 90 metros cuadrados, que los altos cargos de la administración transiten sin escolta por las calles o que las puertas de los edificios institucionales estén abiertas y sus altos funcionarios accesibles para lo que el pueblo pueda requerir de ellos. A fin de cuentas, sólo hay dos clases de políticos: los que sirven al pueblo y los que se sirven del pueblo.
Tampoco me parece populista la decisión de nuestro alcalde de abrir la puerta principal del Ayuntamiento de Valencia para que cualquier ciudadano pueda entrar libremente cuando le plazca. ¿Acaso el consistorio no es un edificio público? Pues si es público, que se note, de una vez por todas. Porque antes, de público sólo tenía el nombre. Ya os digo, yo veo fenomenal que esa puerta, de bisagras oxidadas, se abra de par en par para que entre aire fresco. Ya iba siendo hora. Me parece un gesto de apertura, de transparencia y de cercanía. A ver si va a resultar ahora que todo eso es sospechoso.
¿También es populista que nuestro alcalde haya decidido dedicar un día a la semana para que cualquier ciudadano de a pie, o colectivo, pueda hablar con él y plantearle quejas o sugerencias? Yo lo denominaría "talante genuinamente democrático". Vamos, un modo de hacer política que tendría que ser normal y corriente. Algo muy saludable en un estado de derecho como el nuestro.
Populista, en mi humilde opinión, es prometer cosas en un programa electoral y luego no cumplir ninguna de ellas. Y, para colmo, decir que todo progresa adecuadamente gracias a unas medidas de austeridad. Austeridad, ¿para quién? ¿Es austero que una alcaldesa cobre 156000€ al año cuando en su ciudad hay niños que pasan hambre? Menuda hipocresía.
El caso es que esta desconfianza sistemática y casi patológica de todo lo novedoso e innovador me recuerda a un tipo de desconfianza muy instalada en nuestra sociedad: desconfiar de las nuevas relaciones por el hecho de que tus anteriores relaciones hayan sido conflictivas, frustrantes y dolorosas. Y por eso mucha gente termina por dejar de creer en el amor... sin darse cuenta de que, de ese modo, activan un mecanismo cuántico muy poderoso... que jugará en su contra tarde o temprano. Porque si creamos lo que creemos, por la misma regla de tres: si dejamos de creer, dejamos de crear.
Y el amor es algo que, independientemente de lo que hayamos vivido en el pasado, siempre vale la alegría apostar por él. Es un valor seguro que siempre dará buenos réditos (si es amor de verdad, y no un sucedáneo).
Yo apostaré por él hasta el último aliento de mi vida. Y apostaré por los políticos que tienen gestos como estos con la ciudadanía. No voy a esperar a ver los resultados. Voy a empezar creyendo en esos resultados aunque no los vea. Voy a tener fe. Creeré para crear.
Sí, tengo fe; y aparte de mi apoyo, les deseo a estos servidores públicos lo mejor del mundo. Toda la fuerza. Porque la van a necesitar...
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