De vez en cuando coincido con una chica muy atractiva en el ascensor, una treintañera de porte elegante. Suele llevar falda entallada, a lo Sofía Loren, justo por encima de la rodilla, luce una media melena lisa y de color castaño con un flequillo sujeto por una horquilla; y sus ojos oscuros emanan un brillo atípico, que me transmite una sensación de profundidad, de riqueza y de frescura.
- Vas al octavo, ¿no?, le pregunto siempre mientras le pulso el botón.
- Sí, gracias.
El otro día se me quedó mirando fijamente mientras sonreía, a lo que, haciéndome el ingenuo, le pregunté, también sonriente:
- Dime, ¿qué pasa?
- No... nada...
Entonces, agachó levemente la cabeza sin dejar de mirarme...
...y se ruborizó.
...y se ruborizó.
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