El vidrio de una bebida fría que yo tomaba anoche fue condensando la humedad del aire.
La humedad del aire fue convirtiéndose, poco a poco, en gotas de agua.
Las gotas de agua, al crecer, y por acción de la gravedad, fueron resbalando.
Las gotas que iban resbalando, al llegar a la superficie de la mesa,
fueron dejando una huella efímera de su paso por el mundo.
Una huella evanescente que el calor de una noche de verano,
tiempo suficiente de por medio, logró disipar...
Y es que la belleza está en todas partes.
Adondequiera que miro...
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