Ir al contenido principal

Carolina y el péndulo

Carolina decidió subirse al péndulo. Quería balancearse. El balanceo le provocaba una suerte de vértigo. El vértigo le hacía sentirse viva.

Comprobó Carolina que una vez subida al péndulo no podía bajarse. Lo aceptó.

Al principio, como digo, todo anduvo maravillosamente. Era divertido, emocionante, delicioso.

Sin embargo, el péndulo oscilaba de un extremo a otro. Con ímpetu. Incesantemente. Era su naturaleza, ser así: oscilante.

El reiterado balanceo comenzó a marear a Carolina. La pobre sentía que perdía el equilibrio, que se caía. Era desagradable. Le hacía sufrir.

Durante algún tiempo, Carolina hubo de convivir con esa sensación, con aquel malestar. No sabía cómo evitarlo. No veía la salida. El problema, aparentemente, no tenía solución. Por eso, su angustia crecía.

Al cabo de un tiempo, Carolina hizo algo que no había hecho anteriormente. Algo muy simple. De tan simple que era, no había reparado en ello. Carolina, en un momento dado, miró hacia arriba, hacia lo más alto.

Descubrió Carolina que el péndulo colgaba de un largo cable. Y descubrió que el cable, a su vez, en la parte más alta, estaba atado a un pescante.

En la parte inferior del sistema, el péndulo se balanceaba con vigor y sin parar. En la parte superior del sistema, en su punto más alto, reinaba la quietud.

Entonces, comprendió Carolina cómo escapar de aquella trampa, de aquél vaivén que se había antojado divertido al principio pero tan incómodo después. Para escapar del movimiento oscilante del péndulo Carolina tenía que subir, elevarse.

Elevarse...

Conforme ascendía por el cable, fue constatando que el ritmo oscilatorio se atenuaba, y, con él, su sensación de mareo e incomodidad.

Finalmente, Carolina alcanzó el punto más alto. Y se quedó allí, sentada en el pescante. Quieta, tranquila, serena. Disfrutando de una nueva clase de emoción más tibia y reposada.

Y, sobre todo, ajena a los dañinos extremos.

Comentarios

  1. Los muros del laberinto que la mente crea están hechos de dualidad. Sólo elevándonos por encima de la dualidad, de los muros, de la oscilación entre extermos, podemos encontrar la verdadera serenidad.MRP

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Catalina y Miguel: una historia de amor.

Valencia, 15 marzo de 2014. Torre de Santa Catalina: Miguel, ¿cuánto tiempo hace que nos conocemos? Torre de El Miguelete: Poco más de trescientos años, Catalina. Catalina: Aún me acuerdo de cuando nací, a principios del siglo XVIII. ¿Te acuerdas tú? Miguel: Por supuesto que me acuerdo. Llevaba mucho tiempo solo, aquí, en medio de la ciudad, y entonces, poco a poco, fuiste apareciendo tú. No imaginas cuánto me alegré de tu llegada. "Por fin una torre como yo, cerca de mí", pensé. Catalina: Cuánto ha cambiado Valencia, ¿eh?, a lo largo de todos estos siglos... Se ha convertido en una metrópoli muy grande, enorme, y bulliciosa, incluso los seres humanos han construido máquinas voladoras que surcan sus cielos. Es increíble, ¿verdad?, de lo que son capaces las personas... Miguel: Yo llevo mucho más tiempo que tú en la urbe. Antes, incluso, de que los hombres de estos reinos llegaran a las Américas. Tú aún no habías nacido. Aquellos pasaban por ser tiempos

Vaalbará

Pangea fue un supercontinente que se originó hace 300 millones de años y que al fragmentarse (unos 100 millones de años más tarde) dio lugar a Gondwana y Laurasia , los dos protocontinentes precursores de los que existen hoy en día. Sin embargo, a lo largo de la historia de la Tierra han existido otros supercontinentes antes de Pangea ( Pannotia, Rodinia, Columbia, Atlántica, Nena, Kenorland, Ur ...), los cuales fueron fragmentándose y recomponiéndose en un dilatado ciclo de miles de millones de años. El primero de esos supercontinentes se denominó Vaalbará . Vaalbará es un vocablo hibridado que resulta de fusionar los nombres Kaapval y Pilbara , el de los dos únicos cratones arcaicos que subsisten en la Tierra (los cratones son porciones de masa continental que han permanecido inalteradas -ajenas a movimientos orogénicos- con el paso del tiempo). La Tierra hace 3.600 millones de años. Y el supercontinente Vaalbará conformado en medio del superocéano Panthalassa

Los indios no eran los malos de la película

Cuando yo era pequeño y veía las películas de indios y vaqueros en la tele, enseguida me identificaba con los vaqueros. No era de extrañar. A fin de cuentas, a los indios se les pintaba, a todas luces, como los malos, como los salvajes, como unos sanguinarios sin piedad. Sin embargo, los vaqueros, al contrario, eran la gente decente. Los colonos que llegaban a la tierra prometida y se sentían plenamente legitimados para conquistarla, para apropiarse de ella, para explotarla y establecerse allí con sus familias. Ese, aparentemente, era un noble propósito: conquistar un trozo de tierra para darle a tu familia, a tus hijos, la oportunidad de tener una vida mejor y más próspera. Y es, como digo, algo humanamente lógico. Porque, ¿quién no desea tener una vida mejor para sí mismo y para los suyos? Claro que, cuando dejé de ser un niño y me hice mayor, y me informé adecuadamente acerca de aquellos acontecimientos históricos, no tardé en comprender que los indios no eran los malos