Chicago, diciembre de 1929.
Jason: Oye, Frank, el tipo que está sentado en el palco de enfrente, ¿no es Al Capone?
Frank: El mismo.
Jason: ¿Sabes?, me indigna que un criminal como él se pasee a sus anchas por la ciudad, y que además tenga la desfachatez de venir aquí, a la ópera, a pavonearse delante de todo el mundo. Se me revuelve el estómago.
Frank: Sí, la verdad es que es lamentable que algo así ocurra. Debería estar entre rejas.
Jason: Este tipo es un monstruo. No tiene el menor atisbo de humanidad.
Frank: Yo sí que creo que algo de humanidad tiene.
Jason: ¿Cómo puedes decir eso? Sus manos están manchadas de sangre. Bajo las órdenes que ha dado, sus secuaces han extorsionado, intimidado y arruinado a personas decentes; han asesinado a ancianos, a mujeres, a niños... Y ni siquiera ha dado señales de arrepentimiento.
Frank: Digo que un atisbo de humanidad debe de tener. Al menos, a mí me lo parece.
Jason: De verdad que no entiendo que digas eso.
Frank: Jason, ¿no crees que este momento de la ópera es, sencillamente, glorioso?
Jason: Sí, me pone la carne de gallina. Es de una belleza... indescriptible. Me emociona...
Frank: Pues Capone debe de sentir lo mismo que tú.
Jason: ¿Por qué?
Frank: Porque está llorando a lágrima viva.
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