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Heroína



31 de noviembre de 1988

Querido diario:

Llevo veintiún años caminando por el mundo y, sin embargo, siento que hoy es el día en el que vuelvo a nacer. Quizá por eso he decidido parirte, para que seas testigo de lo que llevo en mis entrañas. Para que mis palabras no se las lleve el viento, y para que el tiempo, que transcurre a veces sin darnos tregua, no borre del todo mi memoria.

Esta mañana, poco antes de salir de la cama, he recordado los días del pasado, de esa pesadilla que he vivido durante los últimos años. He recordado a todas las personas que estuvieron a mi lado, de una u otra manera: a mi hermano, a mis padres, amigos, parejas, y algunas personas muy especiales... Todo me parece ahora tan gris, tan gris y tan lejano...

¿Sabes?, creo que ninguno de ellos llegó a entenderme del todo. Me refiero a entender mi vacío, mi profunda angustia vital, mi soledad, mis ganas de morirme, de dejar este mundo... Ellos decían que yo lo tenía todo: belleza, inteligencia, que era afortunada, que cómo podía tener una actitud tan destructiva conmigo misma. Vamos, que no terminaban de entenderlo. Y sí, yo lo tenía todo. Era cierto. Todo, menos lo más importante...

Me enganché a la heroína hace tres años. Había probado la coca ocasionalmente. Total, que una amiga me invitó a una fiesta. Allí, me enrollé con un chico muy guapo. Lo hicimos. Y luego, me invitó a probarla. Yo estaba como en una nube, y me dejé llevar... Me pinché y me gustó. Enormemente. Me hizo tan feliz aquel primer chute... No tengo palabras... Aquella fue mi primera vez. La primera de muchas...

La heroína fue debilitándome y enfermándome. No tenía piedad conmigo. Pero me daba placer y felicidad. Redondeaba los vértices puntiagudos y las abruptas aristas de mi vida. La hacía llevadera, soportable, incluso amable. Llenaba, momentáneamente, mi vacío infinito. Y mientras corría por mis venas, yo me sentía segura, tranquila. Sentía que todo iba bien, que todo estaba en su sitio, que nada malo podía sucederme, que nadie en este mundo podía hacerme daño... Me sentía amparada, protegida, arropada.

Aun así, no tardé en darme cuenta de que me estaba destruyendo, pero, a pesar de ello, seguía consumiéndola. Intentaba dejarla... y al final volvía a ella. Así he pasado los últimos años: en un inacabable y tormentoso vaivén que por poco me mata. Literalmente.

Hace dos semanas, sin embargo, pensando, pensando, caí en la cuenta de algo en lo que nunca antes había reparado. Fue como una revelación. Descubrí qué era lo que me estaba dando la heroína. Eso a lo que me refería antes cuando decía que yo lo tenía todo menos lo más importante: la heroína me daba confianza en mí misma. 

Yo buscaba en la heroína lo que no era capaz de conseguir por mis propios medios. Bueno... en realidad yo sí que era capaz de conseguirlo, pero pensaba que no. ¿Y qué más da si tienes capacidad para algo... si tú crees que no la tienes? Unos más y otros menos, todos tenían fe en mí. Todo el mundo menos yo misma.

La idea de afrontar ciertos retos que me planteaba la vida, aunque fueran retos normales y corrientes, de ésos que vive cualquier persona, me angustiaba, me creaba inseguridad. La idea de enfrentarme a lo desconocido, igualmente. O la de lanzarme al vacío y volar por mí misma, también me creaba inseguridad. La inseguridad, ansiedad. Y la ansiedad me llevaba, una y otra vez, a la heroína. Ese era el oscuro mecanismo.

Pero claro, ¿cómo podía yo tener seguridad en mí misma si nadie me había enseñado a tenerla? Porque sí, a mí nadie, nunca, me la había enseñado. Nadie de mi entorno me la había transmitido. Pero también es cierto que yo jamás me ocupé de aprender a tenerla. Porque todo en esta vida se puede aprender. Todo. Incluso lo que nadie te ha enseñado. Sólo hace falta voluntad. Y la voluntad empieza, siempre, con un primer paso. El que yo di hace dos semanas.

Sí, desde entonces no pruebo la heroína, y hace un día que ya no tengo mono. Lo peor, ya ha pasado. Y la verdad es que, "a priori", pensé que iba a costarme mucho. Al principio, dudaba de mis fuerzas, de mi capacidad, pero no tardé en darme cuenta de que esas dudas, de que el miedo, provenían de mi mente, de darle demasiadas vueltas a las cosas, de pensarlo todo mil veces... para estar segura, para sentirme a salvo.

Decidí sustituir esa cadena de pensamientos por acciones. Porque si piensas demasiado, no actúas. Y yo quería cambios, no más de lo mismo. Cambios de una vez por todas. Cambios para siempre. Cambios que han ido viniendo, casi sin esfuerzo, justo después de mis acciones.

También he comprendido que la incertidumbre forma parte del juego de la vida. Que no siempre sabemos cómo van a ser las cosas, si vamos a acertar, si nos vamos a equivocar, pero ahí reside el encanto: en el misterio. Ahora, me dejo llevar sin pensar demasiado. Confío en mi corazón, en mi intuición, en mi feminidad. Y si en algún momento las cosas no salen como me habría gustado, pienso que tampoco se acaba el mundo. Confío en que la vida me dará una o incluso varias oportunidades para hacerlo mejor.

Hoy, me siento una mujer nueva. Por fin he logrado sustituir la heroína de la aguja por otra mucho mejor. Ahora, soy yo mi propia heroína, la heroína de mi vida. Por eso, tal como decía al principio, ha sido como volver a nacer. Me siento plena y agradecida, y mi felicidad depende de mí. Así que, aquí estoy, dispuesta a comerme el mundo.

Aunque, de momento, empezaré con una manzana...

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