Érase una vez, en un lugar muy lejano, una bellísima princesa que paseaba por los exuberantes jardines de palacio, cuando, de repente, en uno de sus estanques...
Rana: Hola, preciosa, ¿qué tal?
Princesa: ¡Uy, una rana que habla! ¡No me lo puedo creer!
R: Pues ya ves... aquí estoy.
P: Esto me recuerda a un cuento que me contó mi reina madre cuando yo era pequeña.
R: Ah, ¿sí?
P: Oye... por una de aquellas... no te apetecerá que te dé un beso, ¿verdad?
R: Pues... ya que insistes tanto...
Y entonces... se dieron un apasionado beso. Tras el cual...
P: ¡Vaya, pero si no te has convertido en príncipe!
R: Es que no sé si te has fijado bien, pero soy una rana.
P: A ver, igual si nos besamos otra vez...
R: ¡Venga!
Y entonces... se dieron nuevamente un apasionado beso. Tras el cual...
P: No lo entiendo, rana, ¿por qué no te conviertes en príncipe? Ya te he besado dos veces, y nada.
R: Pero vamos a ver, ¿es que hablo en chino mandarín, princesa? ¿Qué tengo yo que ver con un príncipe? ¿No ves que soy una rana?
P: Ya... pero es que yo pensaba que... al besarte... pues...
R: ¿Pues qué?
P: No, nada, cosas mías. Oye, vamos a probar de nuevo, si no te importa.
R: En fin... haremos un esfuerzo...
Y entonces... se dieron una vez más un apasionado beso. Tras el cual...
P: Bueno, es evidente que no te conviertes en príncipe, por mucho que me empeñe...
R: ¡Y dale!, tienes fijación con el temita de marras, ¿eh?
P: Disculpa, rana, no quería molestarte.
R: Tranquila, mujer, yo a veces también meto el anca.
P: ¿Sabes?, quiero que sepas que al verte tenía ciertas expectativas contigo. Esperaba que... Bueno, da igual. Lo que quiero confesarte es que, para ser una rana, ¡besas de maravilla! ¡Nunca lo habría imaginado!
R: Es la experiencia, querida, la experiencia...
P: Por cierto, hablando de todo un poco, ¿vas a estar muy ocupada esta noche?
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