Vivo al lado del campo. Cruzo la calle y ya estoy en la huerta. Me asomo por la ventana y lo que veo son quilómetros de un horizonte verdoso y salpicado de vegetación. Llevo más de un año y medio observando este paisaje, escuchando sus sonidos y disfrutando de sus múltiples matices. Me he acostumbrado a él y ya me resulta totalmente familiar. Lo conozco bien.
Hace un par de días que escucho a los pájaros cantar en mayor cantidad y con más intensidad que días atrás. Lo percibo claramente. Ha habido un antes y un después desde el comienzo de la cuarentena.
También me he dado cuenta de que los gatos callejeros están adoptando nuevos y curiosos comportamientos. Ahora, por ejemplo, deambulan, incluso en manada, más allá de sus territorios habituales. O se detienen en mitad de la calzada sin preocuparse. O se aventuran a explorar campos aledaños. Incluso alguno se atreve a subirse, para otear, al capó de un coche.
El caso es que la drástica reducción del tráfico de vehículos y de viandantes ha tenido una gran repercusión sobre estos seres, y también en la naturaleza circundante.
Efectivamente, amigos, escucho a los pájaros corear un estribillo con sus trinos, sus gorjeos y sus repiqueteos. Y en mi mente afanosa trato de descifrar su delicioso lenguaje:
"¡Qué alivio, hermanos animales! Por fin los humanos nos dejan en paz. Disfrutemos, pues, de su confinamiento".
Carlos Lacomba
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