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La adaptación a lo enfermizo


La capacidad de adaptación al medio es, habitualmente, un signo distintivo de inteligencia en las especies; y, por supuesto, también en el ser humano. Pero, ¿y adaptarse a lo enfermizo? ¿Es un signo de inteligencia... o de mediocridad?

Viendo estas fotografías es fácil preguntarse: ¿Hasta qué punto hemos llegado?, o ¿Adónde iremos a parar? Pero yo me preguntaría, más concretamente: ¿Adónde quiero ir?, o ¿Realmente quiero formar parte de esto, de esta especie de locura colectiva?

Desde mi punto de vista, creo que estamos haciendo honor a la era en la que nos encontramos: la Era de las Telecomunicaciones; literalmente. Quizá porque se nos da mejor comunicarnos al amparo de esa distancia, porque ella nos da seguridad y comodidad. Y porque quizá con creciente frecuencia preferimos los emoticonos como un sucedáneo descafeinado de las genuinas emociones que afloran en un cara a cara, o cuando miras a alguien a los ojos.

Lo cierto es que amo la tecnología desde que tengo uso de razón. La encuentro fascinante; y potencialmente capaz de hacer la vida más agradable al ser humano. Claro que sí. Pero cuando el ser humano sustituye ciertas interacciones cara a cara por un sucedáneo virtual y cibernético, con emociones predeterminadas, entonces, de alguna manera, comenzamos a comportarnos como robots. Y yo, personalmente, me niego a formar parte de este autismo social que nos deshumaniza, que nos divide, que nos compartimenta (estancamente), que nos lleva a perdernos lo que, en mi humilde opinión, es lo mejor de esta vida: la proximidad con los demás y el contacto físico con nuestros semejantes.

No, yo no quiero vivir en un mundo así. Un mundo en el que (me remito a los hechos) ya la gente te pide permiso por wasap antes de llamarte por teléfono (esa gente rara que aún llama por teléfono), que tiene miedo de invadir (siendo que hace tres o cuatro años todo el mundo llamaba por teléfono cuando le apetecía o lo necesitaba, sin previo aviso). 

Pues eso: que no quiero vivir en un mundo en el que cada itinerario por la ciudad, cada paseo en solitario, esté marcado por la música de los auriculares, donde la sordera musical atenúe el sonido del viento, o acalle el canto de los pájaros, o aquiete los rumores de las olas del mar.

Creo que esta maravillosa tecnología, que todos tenemos hoy en día al alcance de nuestra mano (nunca mejor dicho), permite unas posibilidades nunca vistas de interacción, de comunicación y de conocimiento, sí, pero siento que en toda esta historia hay algo que no me huele bien, algo importante que está en desequilibrio, algo que, como mínimo, convendría ser cuestionado.

Antes de que todos nos volvamos demasiado idiotas.

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