Este mediodía iba en el tranvía y dos hombres sentados detrás de mí mantenían una animada conversación. Uno le decía al otro, jactándose de ello, que aprovechaba ciertas reuniones de su mujer con amigas algunos fines de semana para verse furtivamente con su amante, y que aquélla ni lo sospechaba. Mientras, el otro le decía, entre risas: Eres un fuera de serie. He sentido cierto asco, lo confieso.
Yo, para mis adentros, pensaba: o su mujer se hace la sueca, por los motivos que sea (porque le interesa, seguramente), o este hombre nunca la mira a los ojos; una de dos. Porque yo creo que es prácticamente imposible (rescato, momentáneamente, esta palabra del destierro) engañar a una mujer si la miras a los ojos.
Creo, decididamente, que las mujeres, en general, poseen una intuición extraordinariamente desarrollada. Mucho más que los hombres. Lo he comprobado muchas veces; muchísimas.
Hace unos pocos días, sin ir más lejos, una mujer que me conoce por el Facebook, y que vive en EEUU, me dijo una serie de cosas sobre mí después de haber visto mi foto de perfil. Una mujer que vive a miles de quilómetros de mí y que no me conoce en persona. Simplemente, viendo una foto mía. En fin, que me dejó helado; gratamente sorprendido. Y no era la primera vez que me sucedía una cosa así. Ni la segunda...
Una mujer cualquiera, y tanto más cuanto más conectada esté con su esencia femenina, en tan solo una fracción de segundo, puede percibir si el hombre que tiene delante se siente atraído por ella o no, si se siente seguro de sí mismo o si tiene miedo, si es fuerte o débil, si es maduro o inmaduro, si podría ser un buen padre para sus hijos o no, o si dice la verdad o miente. Basta con que ella y ese hombre estén frente a frente y se miren a los ojos. Con eso es suficiente.
Ante esta condición, un hombre, en su interacción con una mujer, puede tender a huirle la mirada, o bien mirarle directamente a los ojos.
Yo, personalmente, encuentro muy estimulante hacer lo segundo.
Cada día, más.
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