A veces, caminando por la calle don Juan de Austria, disfruto al empaparme de ese ir y venir ajetreado de la multitud que transita por ella, de la gente que entra y sale de las tiendas, de la que cordialmente toma algo en las terrazas...
Aunque subir al Miguelete un domingo por la tarde, sobre todo si es a finales del mes de junio, tampoco desmerece. Como disfrutar con emoción de esa perspectiva elevada de la ciudad, de la amplitud de miras que me ofrece mi querida, mi portentosa torre...
Por otro lado, si me quedo sentado en los escalones de la Plaza de la Virgen un día cualquiera, sé que no necesitaré hacer nada más, porque estando en el corazón mismo de la ciudad, basta con observar a tu alrededor para deleitarte notando cómo la vida late y se encarna en cada cosa, en cada ser...
De todos modos, si puedo elegir, elijo el mar. Tal vez porque encuentro algo mágico y único en lo costero: cuando escucho el crepitar de las olas en su vaivén, cuando me pierdo en su horizonte cosido al infinito, o cuando me tumbo en la arena y miro al Sol y a las nubes que pasan...
Y el caso es que,
adondequiera que voy,
comoquiera que sea,
te encuentro a ti.
En cada rincón,
en cada esquina,
en cada rostro
de mujer hermosa.
Porque estás ahí,
siempre conmigo,
en todas partes...
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