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Mostrando entradas de octubre, 2014

Tu singular idiosincrasia

Cuando llegan las mañanas del verano, sueles prepararte una infusión de hierbaluisa, salvia y cardamomo, con pimienta y un cubito de hielo. Te acercas al ventanal sur del dormitorio, te sientas en la ménsula y te la bebes sorbo a sorbo, muy despacio, mientras entonas esas canciones que te inventas, mirando sonriente cómo la brisa mece los chopos. Cuando me ves pensando en mis cosas con el ceño fruncido, rara es la vez que no te acercas a mí para darme un masaje que empieza en los hombros, se extiende por los brazos y acaba suavemente con tus manos haciendo el amor con las mías. Cuando juegas conmigo, nunca lo haces a medias. Más bien, te abandonas al momento, te entregas en cuerpo y alma a ese dulce e intenso compartir, con tu pasión de fuego, con tu locura. Nunca adoptas lo ya inventado. Nunca repites las palabras de otros. Simplemente, ríes, bailas, tocas y sueñas despierta conmigo.

Conversación entre la mano izquierda y la derecha

Derecha: ¡Hola! Izquierda: ¡Hola! ¿Qué tal? Derecha: Pues aquí, manipulando un poco. ¿Y tú? Izquierda: Manoseando al gato. Tenía ya unas ganas... Derecha: Cuánto tiempo sin verte. No sabes lo que me alegro de que por fin te hayan quitado la escayola. Ha pasado más de un mes y medio, ¿no? Izquierda: ¡Uf!, sí, se me ha hecho eterno. Ni te imaginas el agobio que he pasado. Derecha: Imagino... ¿Y ya estás completamente restablecida de tu proceso? ¿Te has curado del todo? Izquierda: Sí, afortunadamente los huesos ya han soldado y está todo en su sitio. Ahora he de hacer ejercicio para recuperar completamente la movilidad. Derecha: Qué mala sombra lo que te ocurrió, ¿eh? Me siento un poco responsable. Izquierda:   No te preocupes. Simplemente, resbalamos; pero tú tuviste la suerte de poder agarrarte a la cuerda. De todos modos, ya ha pasado. [...] Y a ti, ¿cómo te ha ido en mi ausencia? Derecha: Te he echado mucho de menos. ¿Sabes?, durante todo este tiemp

"Será que no tiene que ser".

Desde hace años, oigo mucho esta frase en algunos de los círculos en los que me muevo. Y lo peor es que la oigo por boca de personas que se enfrentan a determinadas situaciones desafiantes y que la pronuncian a la primera de cambio, a poco que ven ciertas dificultades u obstáculos en el camino, con la justificación de que Si esto no fluye, será que no tiene que ser. Veamos cómo podría haber sido la historia de la Humanidad si algunos de los artífices de avances científicos o tecnológicos, revoluciones sociales o hechos históricos trascendentales hubieran pronunciado esta susodicha frase a la primera de cambio. 1) Thomas Alva Edison. En el proceso de inventar una bombilla eléctrica comercial y al alcance de todo el mundo. Junio de 1877: Ayudante: Señor Edison, lleva cuatro días y dos noches sin dormir, probando distintos filamentos para su bombilla, y todos terminan quemándose en cuestión de segundos. ¿Por qué no lo deja ya? ¿No se da cuenta de que aún no ha llegado el

Naturaleza interior

Mi vida es Sol. A veces, nubes silentes que acarician el cielo. Y un mar de fondo cuyo vaivén murmura cotidianamente. Un ancho mar interior que, de tarde en tarde, ruge con tempestuosa fiereza.

Canto rodado

En un tiempo pretérito y muy remoto, yo era parte integrante de la roca madre de un acantilado. Por aquel entonces, los embates de las olas, que arremetían con fuerza en las escarpadas paredes de la titánica mole, socavaban progresivamente su estructura de arenisca, provocando algunos desprendimientos que caían a su base. Recuerdo que yo me encontraba entre esos trozos de roca fragmentada, y que mi tamaño era similar al de una pequeña medusa. Mi apariencia, amorfa, llena de aristas cortantes y vértices puntiagudos; y mi textura basta, áspera y rugosa. Como decía, al desprenderme de la roca madre, caí a su plataforma de abrasión, tal cual una piedra en bruto. Allí, seguí sometida durante milenios al continuo arrastre y al empuje del oleaje, y también al desgaste que provocaba en mí el roce y los choques con otras piedras. Así pues, de esa manera, con tiempo suficiente de por medio, fui puliéndome. En el momento presente, he adquirido una forma completamente redondea

El Mar de Evania

Los dioses fueron generosos conmigo y lo agradezco. Me concedieron la gracia y la dicha de nacer en las altas montañas del continente Emagna, en el poblado Arance, junto a un río, el Inomai: el más largo, caudaloso y hermoso del mundo. Decían los ancianos de la tribu que un ser humano cualquiera necesitaría, al menos, quince años de su vida para recorrerlo de principio a fin, y que al final de su itinerario había algo llamado mar. Ólcar,  el Intrépido , que vivió más de ciento cincuenta, llegó hasta el mar y regresó a nosotros para contarlo. Sus relatos acerca del él me sonaron tan fascinantes, tan embriagadoras sus descripciones, que, desde entonces, cada día de mi vida, soñé con ir allí para verlo con mis propios ojos. Largo tiempo atrás, un buen día de primavera, justo con el comienzo del deshielo, construí una canoa y emprendí mi recorrido por el Inomai... Recuerdo el principio de todo: el nacimiento en la falda del monte Opisrán. Aquellas aguas frescas y clara

"Próxima parada: Colón".

Me viene a la memoria aquel día de verano, cuando quedamos en Seronia. Era la primera vez que nos veíamos cara a cara. Lo recuerdo como si fuera ayer. Al mediodía, caminábamos por los jardines del Parque de Oriente, junto al lago. Hacía un calor asfixiante, y yo con manga larga... El caso es que, en un momento dado, te dije: Lo que yo daría por poder bañarme en ese lago. Y tú, sin dudarlo, te lo tomaste al pie de la letra: me empujaste y caí al agua. ¡No me lo podía creer! Tú siempre tan formal, tan comedida, tan considerada, y, de repente, ese quiebro. Por un segundo, al ver tu expresión burlesca mirándome desde el embarcadero, pensé: Lo nuestro no puede funcionar. ¿Es que no se ha dado cuenta de que mi reloj no es sumergible? Sin embargo, acto seguido, te tiraste tú también, te abrazaste a mí y me besaste. Y a partir de aquel momento, supe que la vida contigo sería una aventura emocionante llena de inesperadas sorpresas.  - Mamá, mira, en el asiento de ahí enfrente hay un c

Los hombres tenemos algo pendiente con las mujeres

Cuando tomo conciencia de algo, más tarde o más temprano, me siento impelido a actuar en consecuencia. Y a lo largo de este verano, debido a una serie de circunstancias, he tomado conciencia de un hecho que para mí tiene una importancia capital en mi vida: que los hombres tenemos una deuda de gratitud y una gran asignatura pendiente con las mujeres. A lo largo de miles y miles de años, el patriarcado machista que ha imperado (y que aún impera) en la Tierra, y que ha dominado nuestra sociedad, ha tratado a la mujer, no como un ser humano inteligente, consciente, sensible (capaz de sentir) y con alma, sino, más bien como un objeto para ser utilizado. Y en virtud de esta consigna, los hombres han abusado lo que no está escrito de ellas. Sí, las han esclavizado, violado, torturado, humillado, vilipendiado, maltratado, subyugado... Aunque lo peor es que en pleno siglo XXI siguen haciéndolo.  Como os decía, este verano he tenido mucho tiempo para reflexionar sobre esto, pero en

Tierra y Cielo

Han pasado tres mil setecientos millones de años desde aquello, pero parece que fue ayer... Por aquel entonces, mi primer supercontiente, Vaalbará, se había separado de las aguas del gran superocéano Mirovia. Yo era tierra. Tierra firme, y agua, y aire... y fuego volcánico. Un buen día de aquella era, miré al cielo y sentí que éste me envolvía amablemente, como un manto protector. Y sentí, además, que yo lo amaba: su luz, su calor, su color rojo, su inmensidad. Y sucedió después, al observarlo con detenimiento, que descubrí en él las primeras nubes de mi historia. Sí, las vi levantándose por mi calor interno, cobrando forma, adquiriendo consistencia y condensándose poco a poco. Se configuraban de un modo espontáneo, agrupándose entre ellas y volviéndose cada vez más densas. Hasta que llegó el momento, ese preciso momento, en que sentí que mi amor era correspondido, que el cielo también me amaba a mí.  La interacción entre él y yo empezó aquel mismo día, justo después d