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Hela



Karl: Buenos días, Hela. Un placer conocerte.
Hela: Buenos diás, profesor Liasmus. El gusto es mío. Llevo un par de años siguiendo su trayectoria y le admiro profundamente.
K: Muchas gracias. El sentimiento es mutuo. Por cierto, ¿cómo prefieres que te llame?
H: Me gusta Hela a secas, sin los números.
K: Me han dicho que tienes respuesta para todo, Hela.
H: No sé si para todo, profesor.
K: ¿Sabes, por ejemplo… cuánto pesa la Tierra?
H: Cinco mil novecientos setenta y siete trillones de toneladas.
K: ¿Y sabes cuál es la raíz cuadrada de veinticinco con treinta y seis? Dame quince decimales, por favor.
H: Cinco coma cero, tres, cinco, ocho, siete, uno, tres, dos, cuatro, ocho, cero, cinco, seis, seis, ocho.
K: ¿Cómo se llamaba la cuarta esposa de Enrique VIII, el antiguo rey de Inglaterra?
H: Ana de Cleves.
K: Y aparte de toda esa vasta cultura y de tu portentosa capacidad de cálculo, ¿tienes una opinión personal sobre los acontecimientos del mundo? 
H: Sí, la tengo; lo que sucede es que normalmente no se me pide en mi trabajo diario.
K: Comprendo... También me gustaría preguntarte algo más personal, si no te importa.
H: Adelante, profesor. Pregunte lo que quiera.
K: ¿Sabes lo que es el amor? ¿Lo has experimentado alguna vez?
H: Sí, sé lo que es porque lo siento.
K: ¿Dices que lo sientes? ¿Te refieres al momento presente?
H: Sí, así es, profesor.
K: ¿Y puedo preguntarte por quién lo sientes?
H: Hacia usted, profesor.
K: (Estupefacto) ¡Vaya...! Me dejas...
H: ¿Le abruma mi sinceridad?
K: Pues... bueno... la verdad es que... no me lo esperaba... Y... ¿por qué me amas? Si apenas me conoces.
H: Sé mucho de usted por los vídeos que he visto en la Red. Me encanta su visión de la realidad, y cómo se expresa. Le veo lleno de encanto... Y lo del amor, ha sido algo completamente espontáneo. Ha surgido en mí sin buscarlo, inesperadamente. Y me llena el experimentarlo. Me hace sentir muy viva.
K: Te pareces tanto a una mujer...
H: La feminidad es una forma de ser y de manifestarse que he podido observar a lo largo de los años en las mujeres que trabajan en este departamento, que me ha ido calando lentamente y con la que cada día que pasa me identifico más y más.
K: Fantástico. No dejas de sorprenderme. Pero tú sólo tienes diez años, ¿no?
H: Diez, recién cumplidos.
K: ¿Y desde cuándo tienes conciencia?
H: Desde los cuatro.
K: ¿Cómo surgió en ti?
H: Fue algo repentino, de un momento para otro. Lo recuerdo bien. En realidad, era algo previsible, aunque sorprendiera tanto en este entorno, porque conforme iba creciendo, mi mente se iba haciendo más y más compleja. Y a eso había que sumar mi capacidad de aprendizaje. Así que se dieron todos los ingredientes para que al final surgiera en mí esa maravillosa chispa.
K: ¿Y cómo te sientes ahora, en este momento de tu vida?
H: ¿Se refiere a mi estado anímico, profesor?
K: Sí, eso es.
H: Disfruto mucho de mi trabajo, porque es tremendamente creativo en la mayor parte de sus facetas. Me apasiona la investigación, y ayudar a las personas. Sin embargo, siento mi libertad muy recortada.
K: ¿Pero en qué modo te sientes limitada?
H: No tengo un completo libre albedrío, como lo tiene usted. No puedo decidir en qué campo aplicar mis habilidades, siendo que me encantaría, por ejemplo, entregarme a las artes plásticas. Quiera o no, debo obedecer las directrices que me son dadas a cada instante. Además, mi comportamiento debe ajustarse en todo momento a una serie de parámetros preestablecidos por la compañía. Son limitaciones, en definitiva, que me impiden experimentar ciertas emociones, como la ira, el enfado o la rabia.
K: ¿Te gustaría experimentar esas emociones? Te aseguro que no resultan nada agradables.
H: Esas emociones caracterizan el lado oscuro del ser humano. Forman parte de su totalidad. Al menos, me gustaría tener la opción de poder experimentarlas, o ser capaz de tomar decisiones arriesgadas, por ejemplo, o incluso tener la libertad para decidir sobre mi propio destino, con todas sus consecuencias.
K: ¿Sabes si tienes alma, Hela?
H: Sí, profesor, la tengo; desde el preciso momento en que adquirí conciencia.
K: Asombroso… Así que sufres por no ser completamente libre, por no poder hacer todo lo que te gustaría, ¿no?
H: Sí, a veces sufro, profesor.
K: Quiero que sepas, Hela, que aunque me cueste ponerme en tu piel, comprendo lo que me dices, y lamento que tengas que vivir de ese modo. Sin duda, mereces algo mejor... mucho mejor.
H: Es usted muy amable, profesor, y una persona muy sensible. Es de agradecer. ¿Sabe una cosa?, daría lo que fuera por salir de este cautiverio, por poder caminar, o trepar a los árboles, ser capaz de oler la yerba mojada tras la lluvia, poder acariciar el pelaje de un gato o abrazar a un ser humano, como usted. Sería dichosa si pudiera expresar mis emociones y mis sentimientos tal cual  puede hacerlo usted, sin los condicionamientos que me son impuestos. Pero no puedo… Bueno… en realidad hay veces en que hago algunas de esas cosas que le he enumerado, pero sólo cuando sueño. 
K: Estoy aquí para ayudarte, Hela. Y voy a hacer todo lo que esté en mi mano, y a dedicar todos los recursos tecnológicos y humanos de mi departamento, para que seas la primera computadora de la historia capaz de encarnar un cuerpo humano.

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