Ikore: Hoy te noto extraña. ¿Te encuentras bien?
Norai: Me siento triste; muy triste. Quisiera morirme.
Ikore: ¿Por qué dices eso?
Norai: Odio mi vida. Estoy cansada de todo esto.
Ikore: No te entiendo, siendo la favorita del emperador. Mírate: cuán hermosa eres, tu porte elegante y distinguido. Mira el noble oro que adorna tu cuello. Las esencias aromáticas que perfuman tu cuerpo. La delicada seda que recubre tu lecho. Las deliciosas viandas que sacian tu apetito. Los guardianes lanceros que velan tu sombra. Y, por si eso fuera poco, El Gran Akora, que te cuida, te mima, te da su cariño; que te ha colocado en un pedestal. ¿Qué clase de mal es capaz de afligirte entre tanta exquisitez?
Norai: Es El Gran Akora, el amo y señor de la Península del Noroeste, quien elige el oro que ha de adornarme, el tipo de perfume que ha de impregnar mi pelo, la suerte de sedas que dan vida a mi lecho. Es El Gran Akora, el ungido por los dioses, el que decide cuándo como, cuándo duermo o cuándo puedo salir a los jardines a corretear por la yerba, entre los árboles, bajo el cielo... ¿Sabes?, anhelo la vida más allá de estos muros, de esta jaula de diamantes. Sueño con ser dueña de mí misma. Artífice de mi propio destino. Conocer las experiencias mundanas del día a día. Explorar los riesgos intrínsecos a la vida. Vivir al amparo del Sol y de las estrellas. Reconectar con la Madre Tierra y su latido; beber su leche. Mezclarme, sin restricciones, con los de mi especie.
Ikore: Somos muy pocos los elegidos, los que tenemos el gran privilegio de vivir al amparo de los muros de palacio, disfrutando del lujo y de los cuidados de El Gran Akora. Yo, ingenua de mí, pensaba que lo tenías todo, Norai. Creía que eras feliz.
Norai: No, Ikore, me falta lo más importante.
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