Ir al contenido principal

Lo más importante



Ikore: Hoy te noto extraña. ¿Te encuentras bien?
Norai: Me siento triste; muy triste. Quisiera morirme.
Ikore: ¿Por qué dices eso?
Norai: Odio mi vida. Estoy cansada de todo esto.
Ikore: No te entiendo, siendo la favorita del emperador. Mírate: cuán hermosa eres, tu porte elegante y distinguido. Mira el noble oro que adorna tu cuello. Las esencias aromáticas que perfuman tu cuerpo. La delicada seda que recubre tu lecho. Las deliciosas viandas que sacian tu apetito. Los guardianes lanceros que velan tu sombra. Y, por si eso fuera poco, El Gran Akora, que te cuida, te mima, te da su cariño; que te ha colocado en un pedestal. ¿Qué clase de mal es capaz de afligirte entre tanta exquisitez?
Norai: Es El Gran Akora, el amo y señor de la Península del Noroeste, quien elige el oro que ha de adornarme, el tipo de perfume que ha de impregnar mi pelo, la suerte de sedas que dan vida a mi lecho. Es El Gran Akora, el ungido por los dioses, el que decide cuándo como, cuándo duermo o cuándo puedo salir a los jardines a corretear por la yerba, entre los árboles, bajo el cielo... ¿Sabes?, anhelo la vida más allá de estos muros, de esta jaula de diamantes. Sueño con ser dueña de mí misma. Artífice de mi propio destino. Conocer las experiencias mundanas del día a día. Explorar los riesgos intrínsecos a la vida. Vivir al amparo del Sol y de las estrellas. Reconectar con la Madre Tierra y su latido; beber su leche. Mezclarme, sin restricciones, con los de mi especie.
Ikore: Somos muy pocos los elegidos, los que tenemos el gran privilegio de vivir al amparo de los muros de palacio, disfrutando del lujo y de los cuidados de El Gran Akora. Yo, ingenua de mí, pensaba que lo tenías todo, Norai. Creía que eras feliz.
Norai: No, Ikore, me falta lo más importante.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Catalina y Miguel: una historia de amor.

Valencia, 15 marzo de 2014. Torre de Santa Catalina: Miguel, ¿cuánto tiempo hace que nos conocemos? Torre de El Miguelete: Poco más de trescientos años, Catalina. Catalina: Aún me acuerdo de cuando nací, a principios del siglo XVIII. ¿Te acuerdas tú? Miguel: Por supuesto que me acuerdo. Llevaba mucho tiempo solo, aquí, en medio de la ciudad, y entonces, poco a poco, fuiste apareciendo tú. No imaginas cuánto me alegré de tu llegada. "Por fin una torre como yo, cerca de mí", pensé. Catalina: Cuánto ha cambiado Valencia, ¿eh?, a lo largo de todos estos siglos... Se ha convertido en una metrópoli muy grande, enorme, y bulliciosa, incluso los seres humanos han construido máquinas voladoras que surcan sus cielos. Es increíble, ¿verdad?, de lo que son capaces las personas... Miguel: Yo llevo mucho más tiempo que tú en la urbe. Antes, incluso, de que los hombres de estos reinos llegaran a las Américas. Tú aún no habías nacido. Aquellos pasaban por ser tiempos

Vaalbará

Pangea fue un supercontinente que se originó hace 300 millones de años y que al fragmentarse (unos 100 millones de años más tarde) dio lugar a Gondwana y Laurasia , los dos protocontinentes precursores de los que existen hoy en día. Sin embargo, a lo largo de la historia de la Tierra han existido otros supercontinentes antes de Pangea ( Pannotia, Rodinia, Columbia, Atlántica, Nena, Kenorland, Ur ...), los cuales fueron fragmentándose y recomponiéndose en un dilatado ciclo de miles de millones de años. El primero de esos supercontinentes se denominó Vaalbará . Vaalbará es un vocablo hibridado que resulta de fusionar los nombres Kaapval y Pilbara , el de los dos únicos cratones arcaicos que subsisten en la Tierra (los cratones son porciones de masa continental que han permanecido inalteradas -ajenas a movimientos orogénicos- con el paso del tiempo). La Tierra hace 3.600 millones de años. Y el supercontinente Vaalbará conformado en medio del superocéano Panthalassa

Los indios no eran los malos de la película

Cuando yo era pequeño y veía las películas de indios y vaqueros en la tele, enseguida me identificaba con los vaqueros. No era de extrañar. A fin de cuentas, a los indios se les pintaba, a todas luces, como los malos, como los salvajes, como unos sanguinarios sin piedad. Sin embargo, los vaqueros, al contrario, eran la gente decente. Los colonos que llegaban a la tierra prometida y se sentían plenamente legitimados para conquistarla, para apropiarse de ella, para explotarla y establecerse allí con sus familias. Ese, aparentemente, era un noble propósito: conquistar un trozo de tierra para darle a tu familia, a tus hijos, la oportunidad de tener una vida mejor y más próspera. Y es, como digo, algo humanamente lógico. Porque, ¿quién no desea tener una vida mejor para sí mismo y para los suyos? Claro que, cuando dejé de ser un niño y me hice mayor, y me informé adecuadamente acerca de aquellos acontecimientos históricos, no tardé en comprender que los indios no eran los malos