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Psicópatas de corbata y coche oficial


No sé vosotros, pero cuando yo pienso en un psicópata me imagino a una persona mentalmente trastornada que, además, es capaz de causar un gran daño a sus semejantes.

Desde el punto de vista de la psicología moderna, un psicópata se caracteriza por una serie de rasgos bien diferenciados, a saber (fuente: Wikipedia):

  • No pueden empatizar ni sentir remordimiento, por eso interactúan con las demás personas como si fuesen cualquier otro objeto, las utilizan para conseguir sus objetivos: la satisfacción de sus propios intereses.
  • Los psicópatas tienden a crear códigos propios de comportamiento, por lo cual sólo sienten culpa al infringir sus propios reglamentos y no los códigos comunes. Sin embargo, estas personas sí tienen conocimientos de los usos sociales, por lo que su comportamiento es adaptativo y pasa inadvertido para la mayoría de las personas.
  • Los psicópatas tienen un marcado egocentrismo, una característica que pueden tener personas sanas pero que es intrínseca a este desorden. Esto implica que el psicópata trabaja siempre para sí mismo por lo que cuando da, es que está manipulando o esperando recuperar esa inversión en el futuro.
  • Otra nota común es la sobrevaloración de su persona, lo que los lleva a una cierta megalomanía y a una hipervaloración de su capacidad de conseguir ciertas cosas y la empatía utilitaria, que consiste en una habilidad para captar la necesidad del otro y utilizar esta información para su propio beneficio, lo que constituye una mirada en el interior del otro para saber sus debilidades y obrar sobre ellas para manipular.
  • Una personalidad psicopática no se restringe al asesino en serie, tal y como sugiere el estereotipo más extendido en nuestra sociedad acerca del psicópata. Un psicópata puede ser una persona simpática y de expresiones sensatas que, sin embargo, no duda en cometer un delito cuando le conviene y, como se ha explicado, lo hace sin sentir remordimientos por ello. La mayor parte de los psicópatas no cometen delitos, pero no dudan en mentir, manipular, engañar y hacer daño para conseguir sus objetivos, sin sentir por ello remordimiento alguno.
Por su parte, el doctor Hervey M. Cleckley, pionero en la investigación de la psicopatía, resumía más sintéticamente algunos de estos rasgos distintivos:
  • Escasa fiabilidad.
  • Falsedad o falta de sinceridad.
  • Falta de remordimiento y vergüenza.
  • Conducta antisocial sin un motivo que la justifique.
  • Egocentrismo patológico e incapacidad para amar.
  • Pobreza generalizada en las principales relaciones afectivas.
  • Insensibilidad en las relaciones interpersonales generales.
  • Vida sexual impersonal, frívola y poco estable.
Después de leer dichos rasgos detenidamente, y casi de forma automática, mi mente los ha asociado a muchos de los dirigentes políticos que nos gobiernan actualmente. Vamos, es que yo diría que con algunos en particular encajan como anillo al dedo.

Como bien sabréis, hace algunas semanas, en virtud de una resolución del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, se estimó procedente poner en libertad algunos presos peligrosos porque, según el alto tribunal, se consideró que éstos estaban detenidos ilegalmente debido a la aplicación retroactiva de la Doctrina Parot.

Vaya por delante que no creo que la cárcel sea, en modo alguno, la forma idónea de rehabilitar a un ser humano que ha cometido un crimen o un delito. Las cárceles me parecen, las más de las veces, lugares deshumanizados y sombríos donde la sociedad aparta, a menudo vengativamente, a esos individuos que la gente desprecia, que estorban o que tememos sobremanera. Ahora bien, sí que considero que, por ejemplo, un violador en serie que no esté completamente curado no debería estar circulando por las calles a su libre albedrío. Como también creo que una sociedad justa y civilizada tendría que disponer de los medios para tratarlo dignamente sin que su existencia pudiera constituir una amenaza para la integridad de los demás.

Comoquiera que fuese, tal como os decía anteriormente, esa sentencia del alto tribunal europeo puso en la calle a convictos como Miguel Ricart, coautor del múltiple crimen de Alcácer, así como de otros individuos, artífices de asesinatos y violaciones en serie.

Ni que decir tiene que puedo comprender la preocupación de, por ejemplo, unos padres en relación con una hija menor de edad, cuando se enteran de que un violador en serie recién excarcelado vuelve a instalarse en el barrio. Cualquier persona con un mínimo de sensibilidad podría ponerse en la piel de esos padres y sentir empatía por ellos, claro que sí. Con todo, lo que me cuesta un poco más de entender es que una parte considerable de nuestros gobernantes actúe, manual de psicología en mano, como perfectos psicópatas, mintiendo, engañando, manipulando, malversando, prevaricando y causando, por activa o por pasiva, un gran dolor y un gran sufrimiento a millones de personas, todo ello sin el menor atisbo de remordimiento, incluso jactándose a veces de ello, y que el pueblo español, mayoritariamente, mantenga su intención de seguir votándoles. Asombroso. Eso dice mucho de una sociedad...

En un intento de ser coherente con mis ideas, si estuviera en mi mano decidir qué hacer con esos gobernantes, yo no les metería en la cárcel. Porque insisto: creo que ningún ser humano merece tamaño sufrimiento, y porque a menudo sólo sirven para acrecentar la vileza humana. Yo utilizaría otra metodología, quiero pensar que más pedagógica: les condenaría a vivir durante un tiempo en las condiciones en las que muchos ciudadanos viven como consecuencia de sus leyes y decretos... hasta que su conciencia se despertara. 

Me gustaría, y lo digo sin ninguna clase de acritud ni animadversión, que algunos presidentes, ministros, alcaldes y demás altos cargos de la administración, como muchos ancianos, enfermos o discapacitados, intentaran pasar el mes con poco más de cuatrocientos euros (los más afortunados), o que tuvieran que acomodarse en una lista de espera de un hospital durante meses, o que tuvieran dos hijos pequeños y estuvieran a la espera de recibir una orden de desahucio, o que un guardia civil les denunciara por poner una placa solar en una casita en el campo y no querer tributar a Iberdrola, o que se sintieran hartos de vivir en la precariedad y que por acudir a una manifestación y llevar una pancarta que rezase El presidente de mi comunidad autónoma es un corrupto le multaran con varios miles de euros. Por ejemplo.

En la vida existe una ley universal de primer orden que algunos denominan Ley del Karma o Ley de Causa y Efecto. Se trata de un mecanismo que a veces actúa compensatoriamente, de forma que si, por ejemplo, una persona hace daño a otra y la primera no toma conciencia del alcance de sus actos sobre la segunda, más tarde o más temprano, terminará viviendo una situación semejante a la que provocó, no como una venganza de la vida, sino como un modo eficaz de ponerse en la piel del otro desde la propia vivencia (despertar de la conciencia). Un fenómeno constatable que se refleja perfectamente en ese refrán que dice: Quien a hierro mata, a hierro muere.

Por consiguiente, creo que la mejor forma de que nuestros gobernantes aprendan a ponerse en la piel de los demás es que ellos pudieran encontrarse en las mismas circunstancias que los demás (esos ciudadanos de a pie a los que ellos arengan cínicamente y con demagogia), para que, desde ahí, empezara a despertarse en ellos, aunque fuera tardíamente, la necesaria compasión. La cual significa, literalmente...

...sentir lo que siente el otro.

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