En 1984, precisamente, fue cuando leí por primera vez la novela 1984, de George Orwell. Un clásico de la literatura moderna y una obra maestra de referencia dentro del género de política-ficción.
El libro (recomendable donde los haya) retrata con lujo de detalles y gran pericia narrativa la vida de un tal Winston Smith, personaje inmerso en la cotidianidad de un estado totalitario regentado por una oligarquía de privilegiados corruptos, a la cabeza de los cuales se erigía la figura misteriosamente velada de un oscuro dictador conocido como El Gran Hermano.
Casi treinta años después de aquella literaria efeméride, mirando a mi alrededor, y viendo la coyuntura político-económico-social que nos azota en el momento presente, inevitablemente, me acuerdo de ese mundo tétrico, de esa sociedad decadente cuyos valores humanos habían quedado reducidos a la mínima expresión, y donde la abyección, salpicando a todos los estratos sociales, se había convertido, por activa y por pasiva, en moneda de cambio.
Mal que nos pese, vivimos en un mundo, y en un país, en particular, donde, efectivamente, rige una clase dirigente, una oligarquía de privilegiados malhechores que campan a sus anchas, sintiéndose legitimados en sus fechorías por una mayoría de ciudadanos que les amparan con su inacción y su silencio. Esa misma ley del silencio, y del miedo, que imponen bajo pena de muerte las peores mafias del mundo en sus territorios.
Algunos derechos fundamentales, como el derecho a la educación, a una vivienda digna, a una sanidad pública y de calidad, o el mismísimo derecho a manifestarse pacíficamente, derechos que tanto costó conquistar a lo largo de décadas, poco a poco, con toscas mentiras pero eficazmente, se están viendo recortados a pasos agigantados. Y así, de esta guisa, niños pequeños, ancianos enfermos o dependientes, personas sin recursos económicos o estudiantes de incierto futuro, millones de españoles en definitiva, compatriotas nuestros, se están viendo seriamente tocados, cuando no hundidos, por la mano implacable de este fantasma de escarnio llegado de las altas esferas.
Entretanto, una buena parte de esa oligarquía regente, junto con muchos de sus fieles amigos, y una no menos importante cohorte de banqueros amorales, están haciendo el negocio del siglo, del siglo XXI, vaya. Un negocio a costa, como tantas otras veces a lo largo de la historia, de la desgracia de los más desfavorecidos.
Y aunque bien es cierto que una parte considerable de la población se agita, vocifera y se rebela, como buenamente puede, contra tamaña afrenta pública, coexiste con nosotros, como digo, una mayoría silenciosa de ciudadanos que acompasa toda esta infamia.
Ya lo dice el refrán: Quien calla, otorga.
Por eso, estamos como estamos.
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