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Mostrando entradas de septiembre, 2012

Carolina y el péndulo

Carolina decidió subirse al péndulo. Quería balancearse. El balanceo le provocaba una suerte de vértigo. El vértigo le hacía sentirse viva. Comprobó Carolina que una vez subida al péndulo no podía bajarse. Lo aceptó. Al principio, como digo, todo anduvo maravillosamente. Era divertido, emocionante, delicioso. Sin embargo, el péndulo oscilaba de un extremo a otro. Con ímpetu. Incesantemente. Era su naturaleza, ser así: oscilante. El reiterado balanceo comenzó a marear a Carolina. La pobre sentía que perdía el equilibrio, que se caía. Era desagradable. Le hacía sufrir. Durante algún tiempo, Carolina hubo de convivir con esa sensación, con aquel malestar. No sabía cómo evitarlo. No veía la salida. El problema, aparentemente, no tenía solución. Por eso, su angustia crecía. Al cabo de un tiempo, Carolina hizo algo que no había hecho anteriormente. Algo muy simple. De tan simple que era, no había reparado en ello. Carolina, en un momento dado, miró hacia arriba, ha

El gran reto

Bajo el Sol cenital del solsticio de verano, justo en el vértice donde confluían los ríos Damodar y Kasai, refulgían bronceadas y titilantes las siete cúpulas de oro del Gran Palacio Shanti. Morada de Narayan Praya, el brahmán de los Territorios del Noreste. A la sombra de un sauce gigante de belleza indescriptible, imponente, ribeteada con incrustaciones del mejor cuarzo y aledaña a un arroyo de aguas cristalinas que desembocaba en la margen izquierda del Kasai, se alzaba en medio del jardín una inmensa y lujosa pecera de agua salada… Anampses lineatus: Acanthurus, ¿puedes ver el océano? Acanthurus leucosternon: Sí, allá a lo lejos, resplandeciendo en color turquesa. Hoy, rebosa hermosura. Anampses: ¿Y no lo echas de menos? Acanthurus: Yo era muy pequeño cuando me trajeron aquí cautivo. Apenas lo recuerdo. Muy vagamente… Aunque a veces, cuando lo observo en la distancia, como ahora, todavía soy capaz de evocar un ápice de su genuina belleza. Anampses: ¿Y no se t

La máquina del tiempo

Londres. Corría el año 1898. Una de las mayores ilusiones que compartíamos por aquel entonces mi mujer y yo, tener una hija, latía en nuestro corazón con un ímpetu acrecentado por la efervescencia de la recién llegada primavera. Cindy me había expresado hacía poco sus ganas de ser madre. Un deseo sumado al mío propio, que me hacía sentir extraordinariamente motivado, como si me hallara en el apogeo de mi vida. Como que el momento de ser padre, por fin, había llegado. Si algún día te apetece tener un hijo conmigo, Richard, llévame a París; a la habitación de un hotel desde la que pueda observarse el Sena , me dijo Cindy cuando aún éramos novios.  Elizabeth, nuestra preciosa y amada princesita, nació el uno de enero del nuevo año, de 1899. En mi nuevo rol paternal, yo me sentía plenamente realizado, y el hombre más afortunado del mundo. Porque atestiguar sus primeros pasitos y balbuceos, contemplar la redondez de su sonrisa en mitad de su carita angelical, verla cre

¿Rendición?

Hace 790.000 años. A orillas del río Jordán... Unf: Por más que me empeño, no lo consigo. No hay forma... Gor: ¿Dónde está el problema? Unf: Hace unos meses encontré en el bosque una madera seca muy especial. Al frotarla contra una roca provoqué que la punta del palo se volviera incandescente, pero no conseguí que surgiera una llama. Sé que estuve a punto, me faltó muy poco. Fue el momento en el que estuve más cerca, pero al final no prendió. Y, desde entonces, no he vuelto a encontrar una madera como ésa. Gor: Ya... ya lo sé, Unf. Unf: Con el pedernal logré algún éxito puntual. Conseguí crear chispas, sí, pero éstas no provocaban fuego cuando caían sobre la hojarasca. Lo intenté decenas de veces. Pude generar chispas de distinto volumen e intensidad, pero ninguna de ellas prendió la hojarasca. Ninguna... Gor: Pensaba que habías alcanzado ciertos avances en los últimos días. Unf: Eso pensaba yo también, con las nuevas maderas. Frotándolas unas contra otras he con

El secreto

Año 1910. En una remota y humilde aldea de montaña... Elena: Mami, se me ha roto la muñeca. Mamá: ¿Qué le ha pasado? E: Pues que se ha descosido y la cabeza se ha separado del cuerpo. ¿La tiro? M: No, preciosa. Ahora te voy a enseñar a coserla, y ya verás. Quedará como nueva.  Diez días más tarde... Elena: Papá, una pata de mi cama cojea. Igual es porque necesito una cama nueva. Papá: Pero si tu cama sólo tiene un año, mi amor. E: Entonces, ¿qué hago? P: Pues hoy vas a aprender una nueva palabra. E: ¿Qué palabra? P: Carpintería. Año: 1911. En la misma remota y humilde aldea de montaña... Antonio: Papá, se me acaba de romper la cometa. Es que se ha chocado contra ese árbol. ¿Me haces una nueva? Papá: Se me ocurre algo mejor, cariño. A: ¿El qué? P: Trae las tijeras, el rollo de papel de estraza de la despensa y la cola del armario. Seis días más tarde... Antonio: Mamá, creo que vamos a tener que tirar la ensalada a la basura. Le

"Amundsen"

Conocí a Luis Antonio Dos Sicilias en dos mil cuatro. Yo paseaba en solitario por el puerto deportivo de Jávea. Era un domingo de julio por la mañana, cuando a lo lejos, delatándolo una tríada de imponentes mástiles y un velamen harto extraño, reparé en un velero sin parangón de más de cincuenta metros de eslora.  Invadido por la curiosidad del fenómeno, apreté el paso con impaciencia en dirección al muelle de barlovento, para, así, poder observar más de cerca, y constatar, lo que en la distancia se antojaba ser la promesa, o, más bien, el juramento, de un navío de los que rompen moldes. Sobrecogido y atónito, casi extasiado, me paré frente a aquella maravilla tecnológica. Una máquina tan perfecta y exquisita, tan por doquier portentosa, que diríase estar viva, poseer un alma, una personalidad, incluso un corazón palpitante, como aguardando anhelosa la voz de mando del patrón para levar anclas, hacerse a la mar, surcar las aguas azulencas, y, tal vez, ¿por qué no?, capaz de

Destino

Si alguien me preguntara si creo que el destino está escrito le diría que sí. Lo que no excluye la existencia de un destino que escribimos nosotros mismos. ¿Y cómo se come esto? Imaginemos que voy a hacer un viaje en coche desde Valencia hasta un pueblo de la provincia de Huesca. Para lo cual, me serviré de un mapa de carreteras. En la hoja apropiada de ese mapa, podré ver gráficamente tanto el punto de partida como el destino, así como el recorrido que tendré que seguir para llegar del primero al segundo: la autovía que tendré que escoger, en qué puntos encontraré zonas de servicio y gasolineras, dónde habrá puertos de montaña, radares fijos, e, incluso, los miradores donde poder tomar fotografías de paisajes. Podríamos decir que ese mapa que acabo de describir escuetamente sería el equivalente de mi destino como persona, es decir, del destino que ya tengo escrito. Sin embargo, en el mapa no podré ver (porque no estarán escritos) dónde se ubicarán los radares móvil

Lava

Algunas personas tienen la sangre de horchata. Por las venas de otras, sin embargo, discurren torrentes de lava ardiente. De ésa que no se apaga ni con toda el agua de un océano. Ni de mil...

Casados

Padre: Me da la sensación de que Caterina y tú estáis atravesando por un excelente momento en vuestra relación. ¿Cuánto tiempo lleváis juntos? Hijo: Siete años. P: ¿Y no habéis pensado en casaros? No deberías dejar escapar a una mujer como ella, hijo mío. H: Verás, papá, yo pienso que sería absurdo que un astronauta estudiase la carrera de astronauta, o que una persona quisiera llamarse Juan llamándose Juan, o bien que alguien pretendiera que se hiciera de día si fuese ya de día. Es decir, que es absurdo desear algo que ya se tiene, que ya se es o que ya está sucediendo. P: ¿Y qué quieres decir con eso? H: Pues que Caterina y yo ya estamos casados, papá. P: ¡¿Quieres decir que os habéis casado en secreto, sin decirnos nada a tu madre ni a mí?! H: (Sonriendo) No, hombre, no van por ahí los tiros… P: Pues entonces, no lo entiendo. H: Lo que trato de decirte es que Caterina y yo ya estamos casados, literalmente. Es decir, que "casamos” perfectamente, que encaj