La persona que veis en la foto (tomándose un merecido descanso) se llama Mohammed. Es un vendedor ambulante que transita diariamente por la playa donde veraneo. No es el único de su gremio, qué va. Hay otros muchos, como él, que deambulan arriba y abajo, caminando por la orilla al azote de un Sol sofocante, horas y horas, en una búsqueda afanosa de compradores para sus mercancías. La mayoría de ellos venden ropa, sobre todo, para mujeres. Y en esta época de crisis omnipresente, a la mayoría de sus compañeros les cuesta Dios y ayuda colocar el género, pues los veraneantes, en general, se muestran reacios a comprar. Seguramente, porque prefieren destinar el presupuesto vacacional a otros menesteres prioritarios.
Sin embargo, el caso de Mohammed constituye una excepción flagrante a la regla general. Lo digo porque este amable caballero (pues lo es, a ciencia cierta; doy fe de ello) pasa por ser un hombre que derrocha simpatía. Es más, siempre aborda a sus potenciales compradores con una sonrisa en la boca, haciendo alguna broma que implique romper el hielo de una forma completamente distendida. Por otro lado, el referido es capaz de recordar el nombre de algunos de sus clientes, utiliza expresiones de argot coloquial e incluso chapurrea un poco de valenciano (todo un ejemplo, magistral, de adaptación al medio). Además, si una mujer no lleva dinero el susodicho le deja que le pague en otro momento. Y si alguien no le compra, va y le dice sonriendo: Bueno... pues mañana.
Quizá por todo ello es por lo que Mohammed, ajeno a las reglas del juego que impone la maldita crisis, no da diez pasos sin vender alguna prenda. Casi que se las quitan de las manos. Lo cual demuestra que ante la adversidad lo que le puede permitir a un individuo sobrebvivir, e incluso hacerlo con demostrado éxito, es, como no podía ser de otra manera, la actitud. Actitud, sí. Repito: AC-TI-TUD.
La verdad, amigos, es que me emocioné ayer observando, al amparo de mis gafas de Sol, a este ser humano de talla desacostumbrada. Me emocioné, os lo juro, porque en estos tiempos que corren, donde la desvergüenza, el atropello y la infamia son moneda de cambio entre la clase dirigente de este país, y donde la ciudadanía, mayormente, zozobra angustiada en mitad de un océano de indiganción, tener la suerte de estar tan cerca de un ser sobremanera exquisito y noble, tan lleno de luz y amor, como lo es Mohammed, no puede por menos que llevarle a un servidor a quitarse el sombrero... incluso bajo el Sol que más calienta.
Buenos días.
(Foto por Carlos L. V).
(Foto por Carlos L. V).
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