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Conversación con un socorrista


Esta mañana ondeaba la bandera roja en la playa. Señal de peligro. Y no sin razón, ya que soplaba un intenso viento de componente noreste que provocaba fuertes corrientes y grandes olas.

Los vigilantes recorrían sin parar de norte a sur la playa, prismáticos en mano, tratando de disuadir del baño con su presencia a algún espontáneo, y buscando alguna anomalía en un horizonte, que era de todo menos rectilíneo. Así que, dadas las circunstancias, no era un día apropiado para chapotear en el agua.

Así y todo, yo he plantado mi silla en la arena para disfrutar de la mañana, quedándome a escasos cinco metros una niña que jugaba a hacer castillos con su padre. 

Al cabo de una hora, habiendo mejorado ligeramente las condiciones, uno de los socorristas se ha detenido frente a mí para darse una tregua. Y en esto que me he acercado a él para charlar un rato.

Carlos: Cómo está el mar, ¿eh?
Socorrista: Pues sí... Yo anoche vi el telediario y pensaba que iba a hacer un día soleado y tranquilo hoy, y mira...
C: Sí, el mar es así. Totalmente impredecible. Ayer al mediodía estaba calmado y silencioso, como una balsa de aceite. Ya sabes, por el poniente. Total: que voy, me meto en el agua para refrescarme un poco y en diez minutos cambia el viento a levante y empieza de nuevo el oleaje...
S: La verdad es que por muy buenos que sean los meteorólogos, y aunque hagan pronósticos de un día para otro, el mar es siempre una sorpresa. Nunca sabes por dónde te va a salir...
C: Así es... Pero no me digas que no tiene un gran encanto cuando sopla la brisa al atardecer, o cuando está sereno a primera hora de la mañana... ¿Y qué me dices de su belleza... de su carácter, de su temperamento?
S: Pues mira, para que te hagas una idea, te diré que yo estoy enamorado de él. Hasta el punto en que si se pudiera vivir de ser socorrista, yo me dedicaría a esto profesionalmente, para así tenerlo cerca siempre.
C: Te comprendo perfectamente. Yo también estoy enamorado del mar. No lo cambio por nada. Es que disfruto cada segundo que paso aquí, con él. De hecho, me gusta tanto que soy feliz, simplemente, mirándolo. Y cuando me meto en el agua, nado entre las olas o buceo, ya... ni te cuento. Fíjate que incluso escribo textos inspirados en él, le hago fotos... Y cuando me siento confuso o de bajón vengo aquí y en seguida se me aclaran las ideas y se me recargan las pilas. Así que yo también doy lo que sea por tenerlo cerca.
S: Aunque bueno... también tiene sus peligros. Yo, algunos de los mejores momentos de mi vida los he pasado en el mar, pero también en más de una ocasión he estado a punto de perder la vida en el agua. Y he tenido más de una insolación, me he quemado muchas veces...
C: Sí, a mí me ha pasado lo mismo: he pasado momentos muy felices junto al mar, y otros en los que por arriesgarme demasiado he estado a punto de pagarlo caro.
S: Con el mar es mejor no jugársela. No hay que sobrepasar ciertos límites. Mejor ser prudente y disfrutarlo pero sin perder la atención. Si no, te puede costar la vida.

Entretanto, oigo detrás de mí que la niña le pregunta a su padre: Papá, ¿de qué habla ese chico tanto rato con el socorrista?

De mujeres, cariño, de mujeres...


(Foto por Carlos L. V.).

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