Todo ser humano, desde el más abyecto hasta el más bondadoso, alberga dentro de sí una chispa de calor (amor) y de luz (sabiduría). Es como un Sol (calor+luz) que hay en el núcleo de nuestro ser. Algo que nos iguala a todos los seres humanos: nuestra esencia. Algo pujante y poderoso, un impulso natural que tiende a manifestarse espontáneamente... de no ser que el miedo o la ignorancia hagan acto de presencia.
Para mí, estar conectado significa, literalmente, estar en conexión con esa esencia, estar uno alineado con esa chispa que nos impregna y que nos faculta para poder brillar en cada momento de nuestras vidas.
Brillar quiere decir ser, tal cual, como una estrella. O sea, irradiar esa luz (sabiduría) y ese calor (amor) desde nuestro centro hacia el exterior, de dentro hacia fuera; empezando por nosotros mismos (amor propio).
Estar conectado, a la fin y a la postre, consiste en darnos lo mejor de nosotros mismos (respeto, cariño, comprensión, perdón, valor, confianza, etc.) y dárselo, también, a los demás. Es dar algo que tanto más crece cuanto más se da.
Es, a mi entender, lo más grande que puede hacer un ser humano, lo que más le dignifica, lo que más le honra, lo que más le ennoblece. Pero no deja de ser una elección.
Somos libres de escoger...
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