Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de noviembre, 2012

Diosas

Hombres de este mundo: aquí, entre nosotros, sabedlo, hay diosas. ¿Sois capaces de reconocerlas? Son diosas humanas, que caminan, que danzan, que paren y amamantan; diosas que vuelan... Con sus almas de mujer nutren la vida de amor y belleza. Afortunado el que de vosotros tenga ojos para verlas, oído para escucharlas y aliento para gozarlas.

Esclavos

Número 7:   ¿Dónde estoy? ¿Qué es este sitio? ¿Por qué está cerrada la puerta con rejas? Número 3: Cómo se nota que eres nuevo. Número 7: No recuerdo... cómo he llegado aquí. Estoy un poco... mareado. Número 4: Tranquilo, es lo habitual. Número 7: ¿Y por qué estáis todos tan... tristes? Número 5: Pues porque ya no somos libres, y porque aquí nos tratan con mucha crueldad. Además, nos han separado de nuestras familias y de nuestra patria, y ahora nos hacen trabajar diariamente como esclavos. Nos obligan intimidándonos con látigos, o a fuerza de golpes. Y cuando no estamos trabajando nos atan con cadenas para que no escapemos. Otras veces, si no obedecemos, nos hacen pasar hambre durante días... hasta que finalmente nos sometemos a nuestro amo. Número 7: Vaya… nunca habría imaginado un destino más horrible para un elefante. ¿A los leones y a las cebras también les hacen lo mismo?

Lo que no tiene nombre

En un simple sofá, insertado en su armazón, sin que nadie se dé cuenta; en el lado derecho de una cama, silencioso y abrazado a su ocupante; o en el interior de un ascensor, aunque esté lleno de gente, encajo. Cuando amanece en la playa, justo detrás del horizonte; cuando sopla el mistral, acariciando los altos cipreses; o cuando vuelve el otoño, bajo la hojarasca, encajo. Amablemente, con hombres, mujeres y niños; decididamente, con el paisaje y las sombras; fácilmente, con piedras y arroyos, encajo. Aquí, sobre nebulosas y galaxias; ahí, entre moléculas y átomos; allí, tras los abismos, encajo. Cuando quiera que sea, dondequiera que sea, como sea, encajo. Y contigo, siempre, encajo.

La princesa y la rana

Érase una vez, en un lugar muy lejano, una bellísima princesa que paseaba por los exuberantes jardines de palacio, cuando, de repente, en uno de sus estanques... Rana: Hola, preciosa, ¿qué tal? Princesa: ¡Uy, una rana que habla! ¡No me lo puedo creer! R: Pues ya ves... aquí estoy. P: Esto me recuerda a un cuento que me contó mi reina madre cuando yo era pequeña. R: Ah, ¿sí? P:  Oye... p or una de aquellas... no te apetecerá que te dé un beso, ¿verdad? R: Pues... ya que insistes tanto... Y entonces... se dieron un apasionado beso. Tras el cual... P: ¡Vaya, pero si no te has convertido en príncipe! R: Es que no sé si te has fijado bien, pero soy una rana. P: A ver, igual si nos besamos otra vez... R: ¡Venga! Y entonces... se dieron nuevamente un apasionado beso. Tras el cual... P: No lo entiendo, rana, ¿por qué no te conviertes en príncipe? Ya te he besado dos veces, y nada. R: Pero vamos a ver, ¿es que hablo en chino mandarín, princesa?

El relevo

Planeta Tierra, año 2572. La Presidenta de la Asamblea Mundial ha concedido una entrevista. Entrevistador: Estimada señora, como presidenta de la más alta institución del planeta Tierra, y a título muy personal, me gustaría hacerle una pregunta. Presidenta: Usted dirá, caballero. E: Pues… verá… ahora que ya hemos alcanzado la paz mundial, ahora que se han terminado las guerras, las desigualdades sociales, el hambre, las enfermedades… Ahora que los seres humanos hemos conseguido vivir como auténticos hermanos, ahora que las máquinas se encargan de hacer los trabajos ingratos y la tecnología nos permite disfrutar de un gran bienestar y tiempo libre, ahora que ya hemos explorado los planetas más cercanos a nuestro Sistema Solar, me pregunto: ¿a qué nos vamos a dedicar en las próximas décadas? ¿Cuál piensa usted que será el reto más inminente que haya de afrontar la Humanidad? P: Como todos ustedes saben, a finales del siglo XX comenzaron a llegar masivamente a la Tierra

El multiusos

He aquí el socorrido verbo aviar . Un auténtico multiusos. Doy buena cuenta de ello mediante algunos ejemplos: Avía a los animales con el pienso. (Da de comer). Avía los ajos y échalos luego en la sartén. (Corta). Qué aviada te has puesto, cariño. (Guapa). ¡Avíate, que no llegamos! (Date prisa). Como confíes en él, vas aviado. (Apañado). Hay que aviar el televisor, se oye mal el sonido. (Arreglar). Esa persona tiene una mente muy bien aviada. (Organizada). Ya puedes aviar la mesa. Estarán a punto de llegar. (Preparar). Si no te comes los guisantes te doy un bofetón que te avío. (Inflo). Avía el dormitorio, que está hecho un desastre. (Ordena). Avía el cuadro en la pared pero no utilices el taladro. (Cuelga). Avíame, cariño, que estoy muy ardorosa. (Hazme el amor). Ese bolso no te avía con los zapatos. (Hace juego). Avíeme un bocadillo de tomate y lechuga, por favor. (Prepáreme). Como no se esfuerce un poco más, lo aviamos de la empresa. (Despedimos). Si n

La oruga

Mari: ¡Vaya!, qué oruga tan bella. Nunca había visto una como tú. Eres tan diferente al resto... Uga: Gracias por posarte en mi rama. Tú tampoco desmereces. Pareces una diosa. M: ¡Uy!, qué cosas tienes. Pues he aterrizado aquí para verte más de cerca. Me has llamado mucho la atención. U: Qué bien, alguien con quien charlar y que no me tiene miedo. Si quieres un poco de néctar, liba de esa flor. No te cortes, ¿eh? M: Vale, muchas gracias. Oye, ¿por qué dices "alguien que no me tiene miedo"? U: Es que soy muy venenosa. M: ¿Pero qué dices?, ¡si eres una tía majísima! U: Me refería a que mi sangre es venenosa. Así que ningún animal se atreve a comerme. M: Qué suerte tienes, de no tener que andar con cien ojos por ahí. U: Eso sí que es verdad... Oye, ¿hasta qué altura puedes volar? Siento curiosidad. M: Pues... lo más alto que he volado ha sido como tres veces ese árbol que ves allí, a lo lejos. U: ¡Vaya! ¡Eso es mucho! M: Sí, pero normalmente vuel

Naranjas enteras

Había oído hablar del tema: las medias naranjas. ¿Y quién no? Sin embargo, en el naranjal, todas éramos naranjas enteras. No tengo la menor duda. Había algunas grandes, otras pequeñas, otras, póbrecillas, enmohecidas y fofas, otras magníficas y rutilantes... como fuera, pero siempre enteras. Total: naranjas para dar y vender. Tal vez por eso, algunas se daban y otras se vendían. Lógicamente. Que no, que no... Que no recuerdo ninguna media naranja; por lo menos, de nacimiento. Que luego alguien las cortara con un cuchillo en dos mitades, no te digo que no. Puede ser. Yo, ¿qué quieres que te diga? Recuerdo, solamente, naranjas enteras. ¿Te enteras? Y te recuerdo a ti, especialmente. Sí, a ti. Tú, tú. Sí... tú. No me pongas esa carita de inocente. Simplemente, he dicho que te recuerdo especialmente. Especialmente, porque eras especial. Me gustaba tu calibre y tus proporciones, el intenso tono de tu piel, tornasolada según le daba la luz. Eras tan redonda e inmaculada, tan herm