Un grupo de adolescentes, estudiantes de un instituto, visitan con su tutora un parque de bomberos...
Lorenzo (bombero): ...bueno, después de todas estas explicaciones y de lo que os hemos enseñado, ¿cuál es vuestra impresión? ¿Os atrae la vida de un bombero?
Ismael (chico en visita escolar): Para mí esta visita es un sueño hecho realidad. A mí me encantaría ser bombero cuando tenga la edad para prepararme.
Lorenzo: ¿Y por qué te gustaría hacerte bombero, Ismael?
Ismael: Pues porque los bomberos son personas muy fuertes y valientes, y no tienen miedo a nada.
Lorenzo: Verás, Ismael, no sé otros compañeros, pero yo siento un miedo muy intenso cada vez que suena la alarma en el retén y tenemos que salir corriendo para atender un incendio de primera magnitud. El corazón me da un vuelco, el estómago se me encoge y las pulsaciones se me disparan a más de ciento cincuenta sin que pueda evitarlo. Sé que podría tener un percance fatal y no volver a ver nunca más a mi mujer ni a mis hijos, que son lo que más amo de este mundo. Te puedes imaginar...
Ismael: Entonces... ¿sientes miedo?
Lorenzo: Por supuesto. Mira, cuando nos subimos a los camiones, el ingeniero jefe nos pone en situación a todos, nos cuenta lo que nos vamos a encontrar y nos da instrucciones precisas de cómo proceder en nuestra intervención. Lo peor es saber que hay personas, o incluso niños atrapados en circunstancias muy complicadas, rodeados de un fuego de casi mil grados que no tiene piedad y de un humo muy tóxico que puede matarte en cuestión de segundos.
A veces, según nos vamos acercando al escenario del incendio, descubrimos a lo lejos un edificio entero envuelto en llamas, y vemos algunas personas asomadas a las ventanas pidiendo socorro desesperadamente. Todo eso, multiplica el miedo que siento por diez.
Al llegar, una dotación de compañeros enciende las motobombas, acopla las mangueras con las lanzas y comienza a sofocar el fuego desde fuera. Otros, tal como es mi caso, nos colocamos el ERA (Equipo de Respiración Autónomo) con la bombona de oxígeno y el respirador, el traje ignífugo y nos pertrechamos con hachas y picos, que nos servirán para abrirnos camino por los corredores y las puertas que estén atascadas. Entonces, nos metemos en el edificio.
A veces, la palabra que define mi estado interno es terror. Es un miedo intenso, que hace temblar mis piernas, que casi me paraliza, que me angustia... Pero, ¿sabes?, en ese momento imagino que esas personas que están acorraladas por las llamas son mi mujer y mis hijos, y entonces es cuando dejo de pensar. Camino hacia delante sin importarme nada más, y lo único que procuro es tener mucho cuidado, avanzar hasta los atrapados y rescatarlos cuanto antes.
Puedo asegurarte, Ismael, que tengo tanto miedo como podrías tenerlo tú en mis circunstancias. Lo que sucede es que decido afrontarlo, y seguir adelante hasta el final, pase lo que pase. Simplemente, actúo. Y mientras actúo, me olvido del miedo.
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