Hay mucha gente en este país que se sorprende de que una buena parte de sus ciudadanos sigan votando a corruptos. De que sigan apostando por ellos en las urnas a pesar de todos los escándalos acontecidos en la vida política de los últimos años.
Yo he concluido, sin esforzarme demasiado, que un país en el que sus ciudadanos, mayoritariamente, fueran honrados no podría tolerar que la corrupción se instalase en las instituciones públicas ni en el gobierno. Seguramente, por esa razón, apenas encontramos casos de corrupción en países como Austria, Suiza, Noruega, Finlandia o Dinamarca. Allí, los corruptos tendrían los minutos contados. O, simplemente, no tendrían razón de ser.
Sin embargo, en España, no solamente se tolera la corrupción. En España se alimenta. ¿Y qué mejor fuente de alimento para legitimarla que la legalidad que envuelve a unas elecciones generales?
Como comento, para mucha gente, esto, lo de votar a corruptos, es un fenómeno incomprensible, pero yo siempre digo que todo tiene una explicación. Una explicación lógica. Una explicación razonable.
Lo primero es entender el significado del verbo corromper(se). Según la RAE: Echar(se) a perder, depravar(se), dañar(se), pudrir(se). Y el de la palabra corrupto: Que se deja o ha dejado sobornar, pervertir o viciar.
Según estas definiciones, no sólo algunos altos cargos de la administración pública, o del gobierno, son corruptos. A tenor de ellas, tendríamos que ampliar enormemente la lista y hacerla extensible a una buena parte de la ciudadanía. Por ejemplo:
Corrupto también es el jefe del departamento de márquetin de una empresa de telefonía móvil que se dedica a engatusarte con su publicidad, a atenderte de maravilla para que te des de alta y que, sin embargo, te lo pone muy, muy difícil cuando tienes un problema que no te solucionan y quieres darte de baja. ¿O no es corrupto quien se aprovecha con premeditación y alevosía de sus clientes?
Por supuesto, también es corrupto el director general de una compañía eléctrica que participa conscientemente de un entramado mafioso y pestilente orientado a vender como producto de lujo un bien esencial para cualquier persona de a pie, como es la electricidad. Eso sí: a fuerza de cargar en la factura tasas, peajes e impuestos que inflan dicha factura de manera tan exorbitante como injustificada.
Pero corrupto también es el dueño de un taller mecánico al que le llevas tu coche con una pequeña avería y se aprovecha de tu ignorancia para sacarte una buena suma de dinero con la excusa de que tu coche tenía otras pequeñas averías que era imprescindible reparar. ¿Os suena esto de algo?
También es corrupto un hijo de treinta y tantos años que vive con su madre, y que le vampiriza a ésta la pensión de viudedad, porque aquél no quiere trabajar ni estudiar. ¿O no es de ser corrupto aprovecharse de una madre y privarle de su bienestar?
A todas luces, también sería corrupto el fontanero que pudiendo resolver una avería en media hora lo hace en dos para cobrarte más. ¿Acaso no es corrupto quien engaña?
Así pues, un hombre que engaña a su mujer con otras mujeres, un hombre que le miente sistemáticamente para poder tener sus encuentros furtivos, lógicamente, también es un corrupto. Lógicamente.
O un padre que humilla e insulta a su hijo adolescente por reconocerse éste como homosexual, también es corrupto. A fin de cuentas, ¿no es corrupto aquel que por su propia podredumbre se dedica a faltar el respeto o a atentar contra la dignidad de los demás?
Supongo que, a su manera, también serán corruptos los vecinos de un pequeño pueblo que señalan, critican, prejuzgan y condenan a una mujer que tuvo un hijo sin que se supiera nada de su marido. Porque hay que ser muy corrupto para meterse en la vida ajena, difamar a los demás, y, para colmo, arruinar su reputación.
Así pues, en este país que es España hay corruptos con apellidos de renombre y otros totalmente anónimos. Y tiene toda su lógica que un pequeño corrupto vote a un gran corrupto. Porque probablemente, en mayor o menor medida, lo verá como un semejante, como alguien que puede despertar su simpatía, incluso como un modelo a seguir.
Un modelo de vida en la que las personas y sus derechos fundamentales se colocan después del beneficio económico. Una visión de la realidad en la que el bien ajeno o el bien común son mancillados, violados y sacrificados en pos del interés personal, y de un egoísmo a menudo ciego.
Tan ciego y atrevido como lo es la propia ignorancia humana.
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