Médico: Lo siento de corazón, Liomar, pero los análisis han dado positivo.
Liomar: ¿Cuánto me queda, doctor?
Médico: Pues... unos cuatro meses. Seis, a lo sumo...
Unas horas más tarde...
Alaía: Papá, ¿has hablado con el médico? ¿Te han dado los resultados?
Liomar: Sí, cariño...
Una semana después...
Alaía: Papá, mañana cumples ochenta años. ¿Cómo te sientes?
Liomar: Con una mezcla de alegría y de tristeza.
Alaía: ¿Te apetece explicármelo?
Liomar: Contento porque puedo disfrutar de ti y de tus hijos. Pero, por otro lado... sé que me queda poco tiempo de vida. Y ahora, al mirar atrás... pienso en todas las cosas que me habría gustado hacer y que no hice. Todas ésas que se me quedaron pendientes...
Alaía: ¿A qué cosas te refieres, papá?
Liomar: A muchas. Tantas... Por ejemplo: cuando tenía doce años iba en el tren con mi padre, y en el asiento de enfrente había una chica que me miraba y sonreía. Pero yo no lo dije nada. Me quedé callado. Y la chica era tan preciosa... [...] En otra ocasión, siendo adolescente, fui con unos amigos a una playa solitaria. Era verano. El Sol abrasaba al mediodía. Ellos se desnudaron y se metieron en el agua, como si tal cosa. Yo tenía muchísimas ganas de bañarme desnudo. Quería sentir el agua tibia abrazando mi cuerpo por entero. Sentir la libertad absoluta. Disfrutar... Pero dije que no me apetecía, que no me encontraba bien. [...] Luego, llegó el momento de ir a la universidad. Mi padre estaba entusiasmado con la idea de que yo fuera ingeniero agrónomo, para que así pudiera hacerme cargo de las tierras cuando él muriese. Yo quería ser escultor. Trabajar la piedra. Cincelarla. Tocarla, acariciarla y darle forma con mis manos. Era mi sueño... Sin embargo, él me dijo: "Si te dedicas a eso, te morirás de hambre". Así que estudié ingeniería agrónoma. [...] Tiempo después, a los treinta años, mi mejor amigo murió de fiebre amarilla, en África. Lo sentí mucho. Era como un hermano para mí. Y, curiosamente, unos años después, habiendo conocido ya a tu madre, una gran empresa me propuso dirigir una sucursal agraria en Costa de Marfil. Habría tenido todos los gastos pagados. Habría vivido en una hermosa casa de estilo colonial, cerca del océano. Allí habría sido feliz junto a tu madre, la mujer que amaba...
Alaía: Pero... si todas esas cosas te hacían tanta ilusión, ¿por qué no las hiciste, papá?
Liomar: Por miedo.
Comentarios
Publicar un comentario