- ¿Sabes, Juan?, tengo un serio problema con Pablo... y no sé por qué. No sé lo que le pasa conmigo. Yo creo que siempre lo he tratado muy bien y lo he respetado. Lo he llevado de viaje conmigo muchas veces. Le hago regalos de vez en cuando. Todos los días le pregunto cómo está y qué tal le va en el colegio. Me intereso por su vida... por sus cosas. Además, procuro resaltar sus cualidades, que son muchas. Por eso, me extraña tanto que se enfade conmigo a la primera de cambio. A veces, sus reacciones me parecen... desproporcionadas. Y... no es que yo tenga envidia de ti, pero no comprendo por qué te quiere mucho más a ti que a mí, siendo que tú eres su tío y yo su padre. De veras que es algo que no entiendo. Se me escapa... y me produce mucha tristeza.
- Leandro: tú eres muy correcto, educado y respetuoso con tu hijo. Eso nadie puede negarlo. Y también, muy generoso con él. Pero... ¿sabes?, jamás te veo tocar su hombro... o frotar su espalda con tu mano. Ni le pellizcas las mejillas, ni lo abrazas con fuerza, ni lo acaricias con ternura. Nunca lo tocas; nunca.
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