1ª. PARTE
Después de un ciclo completo de nueve lunas, la joven muchacha sintió en su vientre opulento que el momento había llegado. Perfumada con jazmín, descalza y ataviada con un sencillo vestido de flores, a juego con las colinas veraniegas, se encaminó despaciosamente ladera abajo, hasta el mismo río.
Entrado ya en el calendario el mes de agosto, aquella mañana luminosa y fértil, el sol se desparramaba por los páramos y las praderas, bronceando amablemente, como amándolos, los hombros brillantes y desnudos de la fémina.
Una alegría profunda invadía su corazón al sentir en su vientre aquel palpitar tierno y vigoroso. Una deliciosa sensación colmaba su pecho al dejarse llevar por la marea emocional de sus entrañas. Y entretanto, mientras sonreía deambulando en su itinerario, ardientes anhelos a punto de encarnar oscilaban en sus ojos.
Justo al encontrarse sus pies con las aguas del río, merced a un principio cósmico de resonancia, las de su propio mar interno se abrieron, cayendo con aplomo y profusión hasta entremezclarse con aquéllas. Entonces, otros ríos sanguinolentos dibujaron sinuosidades en su descenso por aquellos muslos de primeriza, tiñendo después la corriente fluvial de un color carmesí y de una feminidad infinita.
Echada sobre un manto de cantos rodados, justo en el momento del alumbramiento, se hizo un extraño silencio en el paraje. Un silencio sólo roto por los acompasados jadeos de la nueva madre en su génesis, por el murmullo aleatorio de las aguas espumosas y por la voz amable de la curandera, que recién llegaba asomando por la orilla:
- "Preciosa tu hijita. ¿Ya tiene nombre?".
2ª. PARTE
El Sol, esa estrella que tanto amo, resplandece ahora, majestuoso, en los altos picachos del collado. Y su calor, que vive y se manifiesta ajeno a las distancias, se deja sentir hasta aquí, a ciento cincuenta millones de quilómetros. Doula, hoy cumple cuatro años, y resplandece con la misma intensidad. Parecen hermanos...
Con la perspectiva que me da el tiempo y el sosiego de una mente tranquila, ahora sé que fue una decisión acertada venir a vivir al campo. Dejar atrás la ciudad y sus sinsabores. El hormigón. El asfalto. La vorágine del día a día. Esos compartimentos estancos en los que a menudo viven las personas. El desarraigo de la Madre Tierra...
Aquí, el Atma, nuestro río, corre en el fondo del inmenso valle. Desde sus orillas policromadas bordeadas de cantos rodados ascienden, hasta nuestra casa, las praderas reventadas de amapolas. El aire huele a musgo. Y el mirlo, encaramado en el sauce llorón, gorjea y cloquea sus estribillos mientras recorta su silueta contra el cielo pálido del amanecer. Aquí, hemos criado a nuestra hija.
Doula no utiliza móvil ni tableta. Sólo el ordenador. Un máximo de media hora al día. Pasa por ser una criatura muy despierta, alegre y con gran autonomía. Come con apetito y sin remilgos todo lo que le damos. Juega con su hermana pequeña y le encanta hacerla reír con sus caras raras. No sabe lo que es una bronca ni un castigo. Ni tampoco un premio. Hablamos con ella todos los días. Reflexionamos. Compartimos. La apoyamos. Nos llena de dulzura...
Hace poco, en el colegio, le pegó otra niña. Pero nosotros le dijimos que eso no se hace, porque eso no es amor. Y que aunque le peguen, ella no debe pegar nunca.
Sonreía mientras nos escuchaba...
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