Lucía: ...no sé qué pasa aquí. Llevo un rato caminando por los pasillos y nadie me hace caso. Es como si no existiera. ¿Pero es que no me ven?
Ángel: Tranquila, Lucía, yo estoy aquí para ayudarte.
Lucía: ¿Tú cómo sabes mi nombre?
Ángel: Lo vi escrito a los pies de tu cama.
Lucía: Me siento tan confusa... como aturdida...
Ángel: Es completamente normal en tus circunstancias. No te preocupes.
Lucía: No entiendo nada... Anoche estaba en la cama, apenas podía respirar por la neumonía. Mi cuerpo ardía por la fiebre. Y luego... debí de quedarme dormida, porque no recuerdo nada más. Pero esta mañana estaba completamente recuperada. ¿Tú no eres uno de los médicos que me atendía, verdad?
Ángel: No; oficialmente, soy un celador.
Lucía: ¿Sabes?, no he visto a mi hijo por ninguna parte. No se había separado de mí desde que ingresé en Navidad. ¿Por qué no está aquí, conmigo? No lo entiendo.
Ángel: Yo lo he visto esta mañana y estaba bien.
Lucía: Mira que le dije que me trajera ropa limpia. Y ahora no tengo qué ponerme. Es tan despistado el pobre. No sé qué voy a hacer...
Ángel: No te preocupes, Lucía, todo va a ir bien. Estoy aquí para que no te sientas sola y para acompañarte.
Lucía: ¿Acompañarme? ¿Adónde?
Ángel: A un sitio que te va a encantar.
Lucía: ¿Qué sitio es ese?
Ángel: Un sitio muy especial donde hay personas que te quieren mucho y te están esperando.
Lucía: Es extraño... hay algo en tu forma de ser que me resulta muy familiar... Y ese brillo tan intenso en tus ojos. Te miro y siento una paz tan grande... ¿Me has dicho cómo te llamas?
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