Cuando yo era pequeño y veía las películas de indios y vaqueros en la tele, enseguida me identificaba con los vaqueros. No era de extrañar. A fin de cuentas, a los indios se les pintaba, a todas luces, como los malos, como los salvajes, como unos sanguinarios sin piedad. Sin embargo, los vaqueros, al contrario, eran la gente decente. Los colonos que llegaban a la tierra prometida y se sentían plenamente legitimados para conquistarla, para apropiarse de ella, para explotarla y establecerse allí con sus familias.
Ese, aparentemente, era un noble propósito: conquistar un trozo de tierra para darle a tu familia, a tus hijos, la oportunidad de tener una vida mejor y más próspera. Y es, como digo, algo humanamente lógico. Porque, ¿quién no desea tener una vida mejor para sí mismo y para los suyos?
Claro que, cuando dejé de ser un niño y me hice mayor, y me informé adecuadamente acerca de aquellos acontecimientos históricos, no tardé en comprender que los indios no eran los malos de la película, tal como me habían contado. Los malos eran los otros, los vaqueros, los del Séptimo de Caballería, y no por querer llevar una vida mejor en un nuevo mundo, sino por hacerlo a costa del holocausto de un pueblo. Porque eso es, precisamente, lo que provocó la llegada del hombre blanco a las Américas: el genocidio de muchos pueblos indígenas que vivían con sus costumbres ancestrales y en plena armonía con la Madre Naturaleza.
A poco que me fijo, me doy cuenta del tremendo impacto que tuvo en mi vida, e imagino que igualmente en la vida de otros tantos millones de personas en todo el mundo, las películas de Hollywood y sus correspondientes series televisivas. De hasta qué punto y de qué manera esa industria ha servido vilmente a los intereses de gobiernos y corporaciones, tergiversando la historia y manipulando a las masas, que, las más de las veces, hemos creído ciegamente todo lo que nos contaban en sus consabidos folletines.
Así las cosas, lo peor de esta historia es que los tentáculos de esos casi omnipotentes poderes fácticos, con nombres y apellidos (Rockefeller, Rothschild...), se dejan sentir hoy en día en la práctica totalidad de los medios de comunicación e información de los cinco continentes: radio, televisión, prensa... Pero también en otros tan recurrente y masivamente utilizados como la Wikipedia o Google, de donde mucha gente se nutre y se condimenta.
Afortunadamente, entre esas enormes legiones de zombis que deambulan por el mundo adormilados por el opio tecnológico y mediático, surgen, cada vez más, nuevas hordas de seres humanos con una conciencia más despierta y elevada, con la firme voluntad de querer mejorar el mundo y con el corazón rebosante de amor y alegría, prestos para compartirlos fraternalmente con sus semejantes.
Así es.
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