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Mostrando entradas de enero, 2015

Lo más importante

Ikore: Hoy te noto extraña. ¿Te encuentras bien? Norai: Me siento triste; muy triste. Quisiera morirme. Ikore: ¿Por qué dices eso? Norai: Odio mi vida. Estoy cansada de todo esto. Ikore: No te entiendo, siendo la favorita del emperador. Mírate: cuán hermosa eres, tu porte elegante y distinguido. Mira el noble oro que adorna tu cuello. Las esencias aromáticas que perfuman tu cuerpo. La delicada seda que recubre tu lecho. Las deliciosas viandas que sacian tu apetito. Los guardianes lanceros que velan tu sombra. Y, por si eso fuera poco, El Gran Akora, que te cuida, te mima, te da su cariño; que te ha colocado en un pedestal. ¿Qué clase de mal es capaz de afligirte entre tanta exquisitez? Norai: Es El Gran Akora, el amo y señor de la Península del Noroeste, quien elige el oro que ha de adornarme, el tipo de perfume que ha de impregnar mi pelo, la suerte de sedas que dan vida a mi lecho. Es El Gran Akora, el ungido por los dioses, el que decide cuándo como, cuándo duer

El amor no duele

El amor de verdad no duele. Nunca. Jamás. Doler, lo que se dice doler, duele la querencia, que no es lo mismo que el amor. La querencia es el sucedáneo del amor, el falso amor. En definitiva: algo que parece amor pero que, en realidad, no lo es. Queremos a alguien cuando queremos algo de esa persona. Por ejemplo: tenerla cerca, poder besarla o acariciarla, sentir que nos acepta, que nos trata bien, que nos regala su tiempo o su sonrisa, que le gustamos, que somos especiales para ella, que nos apoya, que nos da cariño... Entonces decimos que la queremos. Te quiero (porque quiero algo de ti). Amar... es harina de otro costal. En realidad, amar y querer no tienen nada que ver. Nada. Absolutamente nada. Y, sin embargo, visto lo visto en nuestra sociedad, parece que se confunden fácilmente. Si yo te amo es porque deseo lo mejor para ti. Deseo que estés maravillosamente bien, que tengas salud, que seas inmensamente feliz. Es más: haré todo lo que esté en mi mano para qu

Perspectiva elevada

A principios del siglo XIX, un par de intrépidos aeronautas, amigos muy bien avenidos, y en emulación de las señaladas proezas de los hermanos Montgolfier, emprendieron a bordo de un globo aerostático construido por ellos mismos un interesante vuelo de casi una hora de duración. Alicia era ciega. Alicia: ¿Ya? Miguel: Sí, adelante; suelta lastre... un poco más. Así... muy bien, Alicia... ¡Estamos volando! A: ¡Qué emoción, Miguel! Noto algo extraño en las tripas... como mariposas revoloteando. ¡Pero es muy agradable! M: Eso se debe a la aceleración. A: ¡Uy!, ¿qué ha sido esa sacudida? M: No te asustes. Sólo era una racha de viento. Tú sujétate bien a la barquilla. A veinticinco metros de altura... A: ¿Qué se ve, Miguel? Dime. M: Una multitud arremolinada junto a la ermita, donde hace sólo un rato reposaba nuestro globo. Entre otros muchos, veo a nuestros padres. Tu madre, llorando, muy emocionada. También, a don Ernesto, el director del Instituto Mete

Amor incondicional

Paula: ¿Sabes, Lorena?, me estoy enamorando de Héctor.  Lorena: Ah, ¿sí? Vaya, vaya... Paula: Sí, me encuentro en un punto en el que estoy dejando de verlo como a un amigo. Ahora me apetece tocarlo, que me acaricie, que me bese, cogerlo de la mano cuando caminamos juntos por la calle, abrazarlo con fuerza... Lorena: Eso suena estupendo. Tiene buena pinta... Paula: Lo siento como una persona muy especial, diferente a todos los hombres que he conocido anteriormente, y me encantaría vivir una historia de amor junto a él. Una clase de amor con mayúsculas, un amor incondicional. Lorena: ¿Amor incondicional? Paula: Sí, me gustaría vivir a su lado un amor sin límites. Sentir lo que es amar a alguien por encima de las circunstancias, de las adversidades... Amar a pesar de todo y para siempre. Incluso ser capaz de amar más allá de la propia vida. Lorena: ¿Y tú crees, siendo realista, que eso es posible? Paula: Pues daría lo que fuera por saberlo, por experimentarlo