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Una historia de amor



Año 2106.

Julia: Koen, fíjate en Lora, date cuenta de cómo lo mira, de cómo le sonríe. Estoy segura de que le ama más que a nosotros.
Koen: Si así fuera, sería comprensible.
J: ¿Comprensible? Pero si nosotros somos sus padres. ¿Cómo puede quererle más a él?
K: Él le cambió los pañales cuando era un bebé, la ha bañado, le ha contado cuentos cada noche, la ha atendido cuando lloraba de madrugada, le ha cuidado cuando ha estado malita y ha sido su infatigable compañero de juegos y de aventuras. Además, cuando ella le ha preguntado algo, lo que fuera, él siempre le ha contestado; nunca le ha dejado una pregunta sin responder. Y cuando alguien ha intentado hacerle daño, él siempre ha estado ahí para defenderla, incluso arriesgando su propia vida. Nunca le ha dicho algo como "No puedo", "No me apetece" o "Estoy demasiado cansado". Y todo eso, entre otras cosas, lo ha hecho siempre con amabilidad y con ternura. ¿Te parece poco?
J: Pero, cariño… si sólo es un robot.

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Vaalbará

Pangea fue un supercontinente que se originó hace 300 millones de años y que al fragmentarse (unos 100 millones de años más tarde) dio lugar a Gondwana y Laurasia , los dos protocontinentes precursores de los que existen hoy en día. Sin embargo, a lo largo de la historia de la Tierra han existido otros supercontinentes antes de Pangea ( Pannotia, Rodinia, Columbia, Atlántica, Nena, Kenorland, Ur ...), los cuales fueron fragmentándose y recomponiéndose en un dilatado ciclo de miles de millones de años. El primero de esos supercontinentes se denominó Vaalbará . Vaalbará es un vocablo hibridado que resulta de fusionar los nombres Kaapval y Pilbara , el de los dos únicos cratones arcaicos que subsisten en la Tierra (los cratones son porciones de masa continental que han permanecido inalteradas -ajenas a movimientos orogénicos- con el paso del tiempo). La Tierra hace 3.600 millones de años. Y el supercontinente Vaalbará conformado en medio del superocéano Panthalassa

Los indios no eran los malos de la película

Cuando yo era pequeño y veía las películas de indios y vaqueros en la tele, enseguida me identificaba con los vaqueros. No era de extrañar. A fin de cuentas, a los indios se les pintaba, a todas luces, como los malos, como los salvajes, como unos sanguinarios sin piedad. Sin embargo, los vaqueros, al contrario, eran la gente decente. Los colonos que llegaban a la tierra prometida y se sentían plenamente legitimados para conquistarla, para apropiarse de ella, para explotarla y establecerse allí con sus familias. Ese, aparentemente, era un noble propósito: conquistar un trozo de tierra para darle a tu familia, a tus hijos, la oportunidad de tener una vida mejor y más próspera. Y es, como digo, algo humanamente lógico. Porque, ¿quién no desea tener una vida mejor para sí mismo y para los suyos? Claro que, cuando dejé de ser un niño y me hice mayor, y me informé adecuadamente acerca de aquellos acontecimientos históricos, no tardé en comprender que los indios no eran los malos